martes, 22 de junio de 2010

A John Waters por “el soplo” y… a “ti” que también hiciste que redactara: 101 cosas para amar

“Me sé el alfabeto, así que puedo escribir”
Hubert Selby Jr

101 cosas a odiar

Apenas abro los ojos y resiento un tenue dolor en mi cuello. Además de dormir poco tengo la mala fortuna de hacerlo a veces en muy mala posición (1). Me levanto y me encamino inmediatamente a la cocina para echar un vistazo y saber si hay algo apetitoso para desayunar. El día ha comenzado desalentador. Miro en el interior del refrigerador y solo contemplo legumbres y una que otra masa amorfa resguardada que a ciencia cierta nunca sabré que es. Me rasco furtivamente una nalga y decido regresar por un momento a mi cama. Me siento en el borde y con el mando a distancia enciendo la radio y trato de sintonizar alguna estación que a primeras horas de la mañana emita buena música.

De nuevo ha vuelto a suceder. A veces olvido que la radio actualmente (2) apesta solemnemente. El televisor es mejor considerarlo sólo para acompañar al dvd cuando quiera mirar películas. Decido levantarme y dirigirme a la sala cuando de pronto el dedo pequeño de uno de mis pies se estrella con una esquina de la cama (3) El estado soñolieto te hace malas jugarretas. Insisto en que el día será completamente fatal. Entonces elijo sentarme de nuevo en la cama y buscar de manera minuciosa mis pantaloncillos entre una marea de discos, libros y demás mudas de atuendo que se encuentran hechas un amasijo entre mis sábanas (4). Enfundado en la mezclilla un poco holgada me encamino a por la computadora. La cojo y la traslado hacia mi pequeño escritorio. La enciendo y lo primero es revisar el diario en linea. No permanezco leyendo ni cinco minutos al darme cuenta que hoy el diario contiene puras noticias irrelevantes (5). No creo que a alguien le importe la merecida cornada que le ameritó un peculiar cierre de 16 puntadas a la verdadera bestia bípeda en una corrida de toros (6) celebrada en la monumental plaza México. O mucho menos la amenaza bacteriológica que cunde en el culo de una cantante guarra y adiposa como lo es la Guzmán. Los medios masivos hoy en día se avocan a la venta del chisme y el escándalo (7) a como dé lugar.

Entonces será mejor desperezarme con otra cosa. Me dirijo a mi librero y sustraigo de su interior algunas fotocopias que previamente tenía que revisar. Seguro va a ser todo un lío porqué me he dado cuenta que no salieron legibles (8) en esta ocasión. Me vuelvo hacia el librero de nuevo y tomo una novela al azar arrepintiéndome inmediatamente por el albedrío en la elección. Las novelas medievales (9) son un tipo de lectura que ya sea volcado en ser plena cacofonía literaria. La vaga esperanza que aún quedaba en mi se ha esfumado por completo. El día pintará completamente agrio. Las ganas de leer se han disipado y optar por escuchar música de nuevo ya no es tan grato a estas horas. Después me guiso unos huevos revueltos con una pechuga asada cuando de pronto un repiqueteo frenético del timbre de la casa hace que salga deprisa hacia la entrada para saber quién es. Seguro es el Rulas para ya encaminarnos a una buena patinada que habíamos acordado para el día de hoy. Menuda sorpresa me llevo al ver que quien tocó a la puerta no fue sino esa apócrifa comitiva de los testículos, perdón, testigos de Gehová (10).
Error de las señoras, porque antes de que me ofrecieran esa "consientizadora" charla que aparentemente me salvará de este infecto mundo terrenal me veo intrépido cerrando tras de mí la puerta, haciendo caso omiso a sus somniferos pregones y dirigiéndome presurosamente a la tienda.

Pido un agua embotellada y unas donas espolvoreadas al puberto diesiochoañero de los pantalones ceñidos (11) que atiende por las mañanas. Vaya modas. Parece ser que la vestimenta "encarnada" de colores vivos y el cabello que enmascara el rostro siguen formando parte de una apariencia andrógina que se niega a ser desterrada del todo. Suficiente teníamos con los heavy metaleros ochenteros y noventeros con melenas largas, la dermis tapizada de tatuajes, el exceso de bisutería de plata en la jeta y una actitud ta ruda como la puede tener el oso yogui (12). La necesidad por sentirse mirado el día de hoy es más profusa.


Regreso a casa y mientras me zampo el desayuno decido modificar un poco la ecuación y unir los factores música y video, así que enciendo el televisor con la esperanza de encontrar algo atractivo en esos percudidos canales musicales de hoy (13). Incurrí en un nuevo desacierto al comprobar que el cascajo visual seguirá las 24 horas del día ininterrumpidamente. Salgo de nuevo a la tienda pero en esta ocasión el viaje se ve truncado por la aparición inesperada de mi exuberante vecina que va llegando a casa después de enfiestarse toda una semana. Mientras la escaneo cínicamente, remata mi habitual cortesía con un modesto "hola" y uno de esos ligeros y apenas perceptibles abrazos que tanto se han oficializado (14). Uno de esos abrazos que parecen un categórico y disimulado repudio en vez de una cálida e intensa muestra de afecto. Le musito al oído que de querer podría asfixiarme apretujándome el tórax con esos lindos brazos o con los muslos como aquella fiera femenina que coprotagonizaba aquella película, de esas de espionaje (15) del 007.


Pero la propuesta sólo queda entre esos halagos majaderos a los cuales ella y yo ya nos hemos habituado. La miro por la mañana a plena luz y corroboro que viene con todo el rostro embutido de cuanto cosmético se puede aplicar. Mi entusiasmo sigue en picada ya que también es de esas mujeres que mientras hablas se mantienen absortas en pintarse las pestañas (16) ¿Cómo hacerles saber que aunque su rostro termine marinado con innumerables mascarillas, empanizado con polvos provenientes hasta del marfil de colmillo del elefante, resanado con finos y carísimos lápices o en todo caso, sometido a un tratamiento completo en el taller de hojalatería y pintura, su propósito de ocultar la linda imperfección (17) nunca resultará como lo suponen? Desearía que por una sola vez esa linda chica dejara de ofrecerme esas malas mañanas a cambio de sus mejores noches.

Retorno a mis aposentos y prosigo con el desayuno que dejé a medias por las viejitas devotas a los delirios religiosos. Suena el teléfono apenas me siento, así que corro a responder de inmediato pensando en que quizá sea alguien importante. Justo entonces, mis delicados oídos reciben el perturbador mensaje de una puta contestadora de la empresa telefónica diciendo que la línea será suspendida por falta de pago (18). Vaya caso, me ha tocado ser la burla absoluta. Unos segundos después, coloco mis posaderas en el sillón y tomo las riendas del control remoto volviéndome resignadamente una vez más el amo del zapping. Barajo los canales hasta aparcarme en una repetición de un programa llamado la dichosa palabra. Cuando lo miro pienso inmediatamente en algo tan desagradable como un beso de lengua acompañado de unas espesas y verduzcas flemas por supuesto proporcionado a alguien que no distingues cuando estás inmerso en los alcanfores etílicos y que después sabrás por voces reprochadoras que era un espécimen nulamente agraciado. Total que vuelvo a cambiar de canal ya que el robusto ese de Nicolás Alvarado (19) nunca será grato para observar y escuchar durante las mañanas. Bueno, ese obeso subnormal a ninguna hora del día lo será. Acto seguido el teléfono vuelve a escandalizar la sala por lo que salgo propulsado otra vez. Respondo y ahora escucho la aguardentosa voz del rulas. Me dice que está gozando de un paquete vacacional en las paradisiacas costas fecales de los separos delegacionales. Dice con una vos irónica que lo pillaron hace unas cuatro horas con la boca en la mamila de novecientos mililitros y que necesita pagar el importe de la consulta legislativa en su actual residencia. Algo peculiar es que todos mis amigos siempre se meten en líos en los momentos menos oportunos (20). Le digo que sólo cuento en mis bolsillos con dos boletos del metro y que disfrute su estancia de 72 horas. En un tono burlón y condolente le digo que por lo menos no padecerá el calor abrasivo de estos días (21) en tan finísimos dormitorios. Cuelgo el auricular intentando amainar la frustración y de inmediato intento mirar una película que sustraigo de un montoncito que apenas realicé en el tianguis. Los ánimos se crispan al ver que he puesto una película francesa. (22)

Creo que debo omitir lo que pienso sobre las películas realizadas en ese idioma que a tal punto, se asemeja a un molesto gangoso o a un crónico agripado que se encarga de hacer sonar sofisticado el idioma. Como si esos graznidos lingüísticos pudieran confortar. Minutos después y tras haber depositado la película en el cesto de los artículos inorgánicos decido imantarme de nuevo a la computadora y descargar un poco de música. Todo está en mi contra. Los servidores por alguna extraña razón no me permiten hacer descargas (23). Me inclino por el arguende abriendo el mensajero electrónico. Seguro la pandilla tendrá la habilidad de evaporarme el malestar. De los 300 contactos que tengo hacinados en esa porquería no hay ninguno que pueda hacer que sobrelleve el malestar (24) Le doy una revisión a la lista y mi estado furibundo se acrecenta. Que patético es divisar nicknames con frases aludiendo a lo que hicieron o están haciendo en esos momentos (25) “que buen fin de semana”, “que buena peda la de ayer” Seguramente fue un fin sin novedades en compañía de la familia, atosigados por esas reuniones donde rememoran cosas que son completamente insustanciales, o esas salidas a las zonas colindantes a la capital donde todos se reúnen para hacer lo mismo que hacen aquí : distribuirse aleatoriamente en unos cuartos, terminar ciegos de alcohol, mirarse los unos a los otros pintar al más embrutecido y todo proyectarlo como una experiencia impar. O mucho peor: siendo el último recurso para estar en esas borracheras ya resignado al no tener otra cosa más atractiva a realizar. De esas ocasiones en las que consideras la peda como la última oportunidad de no sucumbir ante las fauces de las películas para desvelados en la televisión por cable. Su imposibilidad REAL para relacionarse con las personas los lleva a manifestar su frustración de esa manera. ¡Vaya histéricos! Sería mejor que rotularan en sus nicks un “buena cita con el psicoanalista”. Eso sí que sería llamativo, honesto y en cierto sentido divertido. Checo algunos correos pendientes, miro algunas revistas electrónicas y ya veo que en el reloj de pared se acerca el medio día.

Aunque persiste el sol rutilante decido darme un tour por las calles en el monopatín. No hay nada más liberador que experimentar el vértigo cuando estás completamente furioso. Voy haciendo uno que otro ollie, otros cuantos flips cuando repentinamente salgo disparado de bruces. Como suele ocurrir, a veces cuando vas a toda prisa una puta piedra le mete el freno de mano al patín inesperadamente (26) EL cuerpo me ha quedado maltrecho por tremendo descenso al alquitranado asfalto (27). Mis codos vuelven a descarapelarse dejando a una piel viva, palpitando y decorada con unos cuantos grumos pqueños de brea con tierra. Me sacudo y me resigno a continuar en complicadas condiciones. Recobro vitalidad y le meto prisa en avenida revolución enfilado directamente en contrasentido. Me incorporo a media avenida cuando se pone la luz roja, sorteando a los automóviles (28) que decidieron no respetar la luz roja. Me gusta sentir el aire violento que surca tus costados cuando un auto pasa a un pelo de tu cuerpo mientras patinas consiente y abnegadamente en contrasentido. Escucho alguna que otra clamada por mi progenitora que me hace reír a mares. Son demasiado buenos para insultar arriba de un armatoste de esos pero no para proferirlo en tus narices (29) Me freno en un minisúper, me he deshidratado (30) y no pretendo seguir en condiciones tan complicadas. Voy a la sección donde se encuentran las bebidas a por un agua. Busco y busco y solo encuentro refrescos (31) o aguas gasificadas (32) Esas bebidas saben a puro dentífrico. No comprendo por qué la gente se hace adicta a tanto colorante endulzado. Un día de estos les voy a ofrecer una jarra de pintura “vegetal” con canderel.

Continúo con la vuelta y mientras voy ahora por la acera vaticino cinco rostros con gafas para el sol (33) Sigo en lo mío soslayando a esa cuadrilla de turistas detestables y me dispongo a ejecutar un 180 backside en unos cinco escalones a la entrada principal de una agencia para automóviles situada a un costado de la avenida. Lo plancho sin dificultad y prosigo. Ahora he optado por torcer en transversal y descender varias avenidas hasta encontrar la avenida universidad. He decidido echar un vistazo en una librería. Así quizá me tope una novedad o una grata curiosidad.
Nunca reparo cuando me hago pendejo (34) porqué bien se que en las librerías mexicanas (35) jamás encontraré los libros de mi mayor predilección. Aún así, mi deseo se torna inaplazable por acudir y darle una rauda revisada. De todas las librerías que he recorrido supongo que la de ese lugar es la menos precaria de entre el resto. Me zambullo en el inmueble y le doy una inspección bien sanitaria. Reviso con paciencia cada uno de sus recodos. Repentinamente cometo la mamarrachada de tomar un libro de Carlos Fuentes (36). Minutos después; entre ese extenso periplo impreso vuelvo a ser menos precavido y coloco entre mis manos un ejemplar de ese detestable rocanrolero setentero. La tumba (37) es un libro sacrílego para la retina.

Estando en cuclillas por uno de los anaqueles alerto la presencia de esos barrigones azulados. Un policía (38) me sigue la pista en el recorrido por los suelos. Si no se pone ducho seguro me lo chingo entuzándome un par de ejemplares como casi siempre ocurre. Me atrevo a mirar a mi rollizo centinela y le arqueo una ceja indicándole que todo esfuerzo por aguzar la vista será en vano. Las ratas de dos patas también sabemos escabullirnos muy bien de las miradas persistentes. A partir de ese momento mis movimientos se tornan menos pronunciados y mi andar más activo. Un aletargado encargado, con una ridícula barba crecida y rala (39) anteojos con montura de pasta (40) y la respectiva gesticulación altanera de un absoluto conocedor de títulos de libros mas no de su contenido (41) se acerca a preguntarme qué era lo que buscaba. Le digo al muy acomedido que me las puedo arreglar solo. En mis adentros pienso que en realidad conozco mejor el contenido de la librería que ellos que se mantienen desmesuradamente explotados en un ambiente cultural abominablemente ensoñador. Pienso que la pesquisa no resultará fructuosa pero no desisto. Nunca me doy por vencido aunque la ocasión me masculle al oído que todo está lejos de favorecerme (42) A veces desearía posponer sin contemplación lo que obstinadamente planeo.

De nuevo vuelve a ocurrir. Comúnmente en ocasiones, mientras doy el recorrido en esos tachos literarios, me topo a un enclenque neohippie (43) de esos del acaroso paseo Ro-Co-Co (Roma, Condesa, Coyoacán) Mira hipnotizado un libro de Pedro Juan Gutiérrez que llevo entre mis manos mientras oprime entre la suyas, tratando de disimular uno de Spinoza (44). Me pregunto si el horripilante “tobillos de polvorón” y pantalones de manta (45) comprenderá un ápice del vertedero cenagosamente argumental de ese autor. Dejo de prestarle la atención inmerecida. No puedo tolerar que los pudientes se finjan una valorización de lo étnico (46). Seguramente después de comprar ese carísimo libro (47) continuará con el obsceno régimen alimenticio que a leguas se le ve en un restaurante vegetariano (48). Me gustaría desmentirles esa charada externándoles que terminarán con el cerebro empequeñecido por la ausencia de nutrimentos insustituibles que la carne sólo proporciona. Millones de personas mueren día con día por desnutrición mientras los huarachudos de tienda departamental se debaten entre comer pescadito o alcachofas.

Termino abriéndome paso entre esos apócrifos especímenes sin comprar o robar algo y decido tomar el transporte. Creo que ya es hora de asistir a la escuela. Subo al colectivo de los asientos pequeños donde no cabes cómodamente (49) En esta capital del reciclaje el transporte para niños lo hacen funcional para los grandes a como de lugar. Logro acomodarme en esa gigantesca lata de sardina, abriéndome paso entre las odorantes axilas de algunos que se les ha olvidado el sentido de la palabra aseo (50) y entre otros cuantos invertidos disimulados que intentan friccionarse cuando pasas junto a ellos(50). Debo procurar el bajar del pesero sin alguna perforación en el pantalón. A medida que el transporte achica su recorrido, logro encajonarme en esos mini asientos. Minutos después voy arrepintiéndome porque mientras miro por un costado de la ventanilla soy víctima inminente del malestar patológico de un anciano que tose junto a mí sin cubrirse la patógena buchaca (51) facilitando la propagación de la posible infección. Lo que menos deseo en estos momentos es estar postrado en cama por una mundana gripe (52) Así que elijo levantarme del asiento y seguir el resto del camino tomado del barandal.

La tolerancia tiene tiempo de caducidad así que al no restarrme una sola miga más, me bajo y decido continuar a pie el resto del viaje. Repentinamente un movimiento trepidatorio que surge desde mi bolsillo derecho del pantalón insinúa que responda una llamada. Tumbo el patín en el suelo, meto la mano en el bolsillo pero al sacar ese maldito artefacto, presionar el botón para contestar y colocarlo en una oreja y mientras pregunto el qué pasó la llamada se zanja. No entiendo porqué mucha gente opta por llamar y colgar así sin más (53) Seguro será una mujer insegura (54). De pronto llega un mensaje deseando un buen día pero desde un número desconocido y sin esclarecer de quién proviene. Hay que hacer algo con esos que creen que el anonimato es cautivador (55). La hora de la misoginia ha llegado. Sigo patinando mientras pienso en la propagación descontrolada de esas fatales y enloquecidas larvas. A decir verdad estimo de sobremanera algunas cosas que porta el género femenino. Amo desaforadamente a la mujer. Lamentablemente están casi erradicadas a consecuencia de la mujer contemporánea (56). Sí, de esa estirpe abortiva producida por la televisión y el dinero (57): por la cultura del american way of life (58).
Demasiadas barbajanadas ha cometido el día contra mí como para seguir especulando sobre el enardecimiento que he despertado con las féminas así que decido seguir la marcha en la madera enllantada. Llego a las afueras de ciudad universitaria, la máxima casa de estudios de América Latina. Si todos aquellos que se encargan de enaltecer las instituciones desde afuera (59) se avocaran un solo momento a permanecer en ella, reivindicarían el juicio tildándola ahora como la máxima taberna de estudios de América Latina. Ese muladar académico a veces proporciona cosas positivas. Sólo a veces. Miro a los alrededores y nada más contemplo cadáveres amodorrados por las esquinas. Recuerdo ese alumnado de enérgicas discusiones de aulas y frenesís nocturnos (60) Es evidente que en la academia mexicana la protesta y la consigna solo circula entre semana. Los fines de semana son para la absoluta despersonalización (61) Atiendo a mi sentido de alerta tratando de alejarme de esa cofradía de “mascaras” para entretenerme una tercia de horas en una buena clase.
Cuando algo en verdad estimula tu interés no suele durar lo suficiente (62) Tres horas después, la única clase a la que últimamente acudo ha terminado. Razón suficiente para abandonar ese prostíbulo cerebral y seguir nomadeando por el campo de batalla asfáltico. Ahora deseo emprender el retorno por el metro. No quisiera experimentar de nuevo el calamitoso paseo en colectivo. Recuerdo que traigo en mis bolsillos un par de boletos así que no será problema el peaje. Son las 4 de la tarde y el metro da la impresión de funcionar en una hora pico. En esta ciudad a ciertas horas parecemos una furiosa eyaculación de numerosos espermas directos a retornar al trabajo después de la hora de comida (63). Los vagones concluyen atestados en unos pocos segundos. Pienso entonces que ya somos una cantidad desmedida en esta sórdida ciudad (64) Así pues conviene de nueva cuenta preparase para un nuevo “apoyo”, un intento de tomar sin permiso tu billetera, una discreta declaración obscena por parte de un humano de tu mismo sexo u otra posible acción desfachatada cuando somos muchos en el transporte. Afianzo una mano apenas en las esquina del barandal y le rezo al narco Mal verde para que las cuatro estaciones que tengo que viajar se hagan lo más cortas de lo que en realidad parecen. Las paradas van sucediendo y yo me desconecto escuchando música en mis audífonos. Al fin llego al punto de descenso y voy acompasadamente a las afueras del subterráneo.

El sol no pretende mostrarse misericordioso en lo absoluto así que hago visera con la mano en mi frente mientras pienso hacia qué dirección comenzar con la callejeada en ruedas. Acto seguido un chico con aspecto lánguido acompañado de una rubia mal encarada (65) se acerca y me pide imperativamente que le preste por un momento mi patín para darse una vuelta (66). ¡Menudo cretino¡ Con la mirada directamente posada en la suya y con una torcedura de labios le hago saber inequívocamente que la suerte no lo socorrerá en esta ocasión si persiste en su ridícula demanda. De inmediato el alfeñique entiende el mensaje volviéndose tras sus pasos mientras le musita a su chica una excusa formulada espontáneamente para encubrir su cobardía que afloró en el momento (67).

Me las compongo para no aumentar la alteración acumulada y redoblo la velocidad en el patín. De pronto, una turba de cretinos que están reunidos en un elektra obligan a que afloje el andar apresurado y elija fíltrame entre ellos. En ese momento recordé que era temporada de futbol televisado (68) por lo que entiendo que la fauna futbolística ocupará las calles largo rato, mirando hipnotizados los televisores exhibidos por los aparadores de esas tiendas roñosas. Le doy tregua una vez más al asunto ya que ni las calles hoy me confortarán, así que voy directo a casa de mi amigo Calitos y sus 100 kilos de indolencia, desatención y diversión como compañía. Después de un rato llego a su mazmorra y toco por el interfon preguntando por su paradero pero su vetusta abuela me hace saber que ha salido con su padre a por unos tacos. Todas mis coartadas se vienen desmoronando.

Concluyo dando media vuelta y así comienzo a realizar una larga caminata por las calles que ciertamente hoy en día se encuentran más desoladas (69) que tiempo atrás. Pero la soledad no dura mucho porque tan solo tras haber dado unos pasos por la acera veo que se acerca Mariana, una vieja y escandalosa amiga. Antes de cruzar alguna otra palabra que no sea hola comienza a contarme un suceso prácticamente repetitivo en su vida: la mala relación con su novio. Hay ocasiones en las que cuestiono si en realidad la gente no se da cuenta que dispone obligadamente la atención de las personas (70) ¿Acaso ocurre que en verdad no se dan cuenta de lo que sucede en esas situaciones? Mi sangre bulle tan solo al mirar su rostro compungido por una angustia ficticia que ella misma se crea. (71) Siento mucho que la gente no se dé cuenta de que el amor no es un sentimiento sino una construcción (72). Hoy en día para la gente el pensar es una cuestión de muy mal gusto (73) Dejé que continuara. Muy resuelta, hablaba y hablaba desenfrenadamente suponiendo que la razón fundamental de su mala relación correspondía a la presencia de una tercera persona. Le achacaba el asunto a una “puta”. Me hubiera encantado hacerle saber que hay una distinción rotunda entre una puta recurrente a razón de una sensibilidad mal correspondida y una mojigata frívola producto de una represión sexual severa y una sensibilidad completamente inexistente (74) .Finalmente llegó el momento preciso en el que pidió que opinara al respecto. Le cuestiono el porqué siempre finge olvidar ese tema que ya habíamos tocado reiterantemente en otras ocasiones. Algunas personas suelen echar mano de la amnesia conveniente en momentos así (75) La actitud hermética (76) que manifestó después de exponerle lo que yo pensaba al respecto fue razón suficiente para hacer evidente su completo desconocimiento tanto de sí misma como de su relación con los demás (77). La tomé desprevenida. Seguro pensaba que le ofrecería las condolencias habituales que emite el resto de las personas en momentos como esos. Concluyó mirándome unos segundos despidiéndose tajantemente.

Cuando la gente presiente que se ha metido en aprietos huye despavorida (78) Tomo mi patín de nuevo dirigiéndome de a casa una ves más. El móvil vuelve sonar. Respondo oportunamente y del otro lado ahora se escucha mi viejo amigo Alonzo proponiéndome salir con el resto de la palomilla a por unas cervezas. Seguro que tiene planeado caer en un bar (79), en un toquín de minimal o psycodelic (80) o en una de esas borracheras en departamento (81) donde todos parecen alistarse para la mejor pasarela del año con atuendos ridículamente estrafalarios (82). Cuelgo el teléfono usando como pretexto eficaz para no asistir el mencionar que yo le marcaré más tarde. Es preferible quedarse en casa, mirar el programa mediocre de el rival más débil (83) con ese conocimiento enciclopédico (84) o charlar con cualquier persona cuando la noche es joven porque eso sí: infortunadamente ya casi nadie gusta de las conversaciones madrugadezcas (85).

Sigo caminando mientras trato de ignorar el sonido vitricida del carrito de los tamales (86). En el camino topo con dos monosos que me dan la impresión de querer talonear (87). Apenas entreveo ante la noche que ya me alcanzó reconociendo difícilmente al “chago” y al “pecas”. Dos lastres conocidos, sentados en sus propios miados Con una mirada extraviada también me dan línea posponiendo mi cooperación monetaria forzosa en incluso invitándome a ver una contienda de box (88). Declino la propuesta y sigo de largo ya que nunca recuerdan lo que dicen. El buen amigo PI-VI “C” se ha encargado de ahorrarles el trabajo de olvidar la vida voluntariamente.

Olvidaba que hoy era viernes y que probablemente antes de llegar a casa me cruzaría en el camino con el escuadrón de la muerte, esos que simpre me invitan unos tragos mientras escuchan música de banda Sinaloense (89) pensando que quizá un día de estos yo usaría espuelas y terminaría oliendo a establo. En un acto reflejo decido caminar el par de calles donde sé que se estacan para la bohemia ladina llegando a casa íntegro.

Mañana será sábado (90). Toda la familia se concentrará en casa teniendo fricciones, disputas y discordias regulares (91) me encanta la soledad voluntaria pero de la soledad obligada (92) hay mucho que cuestionar al respecto. Contemplo la posibilidad de apaciguar mi alma en las pocas horas que le restan a la noche joven y decido salir de nuevo para fumar un buen tabaco. Me dirijo a la licorería para comprar un par de pitillos sueltos mientras veo las caras inflamadas de mis preferidos borrachines “el Clarens y el Chapman”. La gente evita mirarlos detenidamente (93). A la gente le aterroriza mirar el rostro de la pobreza, de la inmundicia, de la crueldad, del hombre derrotado (94)

La ciudad por la noche es otra completamente. Mientras el encargado me atiende, escucho motocicletas estridentes que circulan continuamente (95) Esas máquinas bufando cuyos jinetes anestesiados están dispuestos a cometer los barbarismos más inadmisibles contra otro ser humano. Autos quemando llanta en las curvas al filo de la tragedia ante una vida tediosa que provoca en los sujetos una preferencia por el momento (96) A veces la gente finge pasarla bien, que no pasa nada (97) Se montan una buena parafernalia. No puedo estar irritado durante todo el día (98) algunas cosas permanecen durante largo tiempo en la mente y emergen súbitamente .
La noche se expande y yo deseo seguir en la calle (99) No puedo fingir durante mucho tiempo (100). Estoy agotado pero tengo que ir a la cama aunque siga pensando y no tenga sueño (101).

viernes, 11 de junio de 2010

(mene) arte (la) mental (mente)

" La única diferencia entre la vida y el arte
es que el arte es más sorpotable. "


Charles Bukowski

Éramos dos sujetos con actividades completamente miserables. Por mi parte, un ramplón office boy en una de esas empresas vulgares de crédito y por su parte un artísta, un escultor y escritor de renombre. Seguro; eramos unos auténticos miserables a la par. Tuvimos la suerte de habernos reencontrado a las afueras de una alcantarilla con mesas y sillas. Perdón, de un café que yo frecuentaba inusualmente y que porsupuesto él lo tomaba prestado de vez en vez para la presentación de sus más recientes "obras". Habían pasado casí tres lustros sin que supieramos que había ocurrido en tanto tiempo sobre la vida de ambos.
Luego de pimplarnos unas cuantas cervezas mi viejo conocido decidió proponerme continuar con esa charla que habíamos comenzado a entablar despues de concluir su maroma artística. Con un poco de eceptisimo terminé aceptando y nos dirijimos hacia su domicilio. Abordamos un taxi que se encaminó hacia una de esas colonias que se han convertido en los nichos de esas sarigüeyas "histriónicas". La cosa figuraba un tanto abrumadora. Durante el trayecto, comenzó su recuento pormenorizado sin dejar de expresar una sonrisa asquerosamente aperlada. Detalle a detalle iba relatándome sus peripecias, sus infortunios, su proezas. En fin, todo un compendio de ridiculeces contínuas que suelen experimentar sujetos de esa calaña y que profieren con discretos dejos de alarde a quien haya caido en la imprudente acción de prestarles un poco de atención. Su relato llegaba a mis oidos como toda una buena sinfonía intestinal.
Entre tanta farfullería insolente, decidí resistir el tremebundo atentado simplemente mirando los alrededores por la ventanilla del taxi. Durante todo el camino decídi tratar de apreciar ese repulsivo panorama que ofrecen esas viejas y prestigiadas colonias de la capital. Mientras mi antiguo camarada se mantenia ingenuamente apasionado en lo que realmente era un soliloquio, me dispuse a tratar de encontrarle el flanco amable y sereno al asunto. Desde luego que la vieja amistad no iba a prosperar en lo absoluto pero de algún modo tuve la pretensión de ser como lo he sido en escazas ocasiones: un hombre con modales.

Nos apeamos un par de cuadras antes de llegar a su domicilio. Teníamos que reabastecer la cebada. No contaba con cervezas en su casa así que acudimos a uno de esos minibodrios abiertos las 24 horas que ya tienen atestadas las calles de la ciudad. A veces incurrimos en un profundo dilema. Lo digo porque en ese momento, mientras cargaba con las bolsas que contenían los sixs, no supe distinguir si la animadversión que iba aumentando en mí era producida por la persona en sí o solo por el oficio que había decidido seguir. Al cabo de unos minutos me resuelto a lidiar de manera pacifica con la situación y proseguir con la vana tertulia. La charla no iba a ser fructuosa, eso lo tenía muy claro pero al menos me embriagaría por los viejos y lindos tiempos que me gustaría de sobremanera no poder recordar.

Ya frente a la fachada y tras haber girado el pomo de la puerta y hospitalariamente haberme invitado a traspasar el umbral de su morada, un sentimiento de horror invadió mi cuerpo. Entré trastabillando mientras mis narices captaban un olor; esa maldita esencia odorante que despiden numerosos libros apilados, empotrados en amplios anaqueles que abarcaban casi toda la estancia. Pensé con aflicción cuántos de esos libros sólo habían sido recorridos parcialmente por esa soberbia mirada. Ese tipo de mirada que delata la misma languidez intelectual con la que seguro escudriña las hojas y deseña al hombre promedio. Supuse cuántos de ellos habían sido sustraidos de diversos lares con la única intención de acumularlos para ser parte sólo del tapiz de un departamento completamente empobrecido por la "cultura". Un rescoldo cultural más. Apostaba lo que fuera a que el cretino no sabía quién era Ponty y quién Donoso a pesar de que dos obras de ellos se econtraban juntas en ese abandonado apilamiento. Pero en esta ciudad uno no puede dejar de suponer que las cosas pintarán peor. Entre breves atisbos ya no cabía duda que la atrocidad siempre se disimula con el decoro. Mejor aún, hoy en día el decoro y las sofisticación son los mejores eufemismos para lo repulsivo.

Proseguimos, trasegando cerveza y siguiendo con esa cháchara a la cual se atrevió a tachar cínicamente como la sinfonía de la palabra. Me hubiera gustado replicar al respecto haciéndole saber al cretino que en realidad lo que se escuchaba era una sonata flatulenta. Lo lamento, las borracheras patrocinadas tienen sus desventajas al obligarte ciertas restricciones. Todo cuanto miraba al rededor producía en mi interior la arcada más intensa que pude haber experimentado. Sentía estar imbuido en el esfinter más cochambroso de la creación. Su charla vacua iba continuando sin cortapizas mientras yo miraba al esqueleto de una bicicleta completamente contorsionado. No entendía lo que ese cacharro estaba haciendo ahí colocado. Me lo mostró minutos después haciéndolo entender como una pieza conceptual . Al asimilar tan deliberadada declaración supe que prácticamente mi viejo amigo había perdido la razón cardinal. Afirmé que hoy en día toda diarrea onírica es cotizable.

Logré suspender por un momento tan abrumadora conversación y me colé en el baño. Trataba de desembotar mi cabeza de tanta abominación reflexiva. Pensé que esos cretinos con esa pinta general de hoy en día, compuesta por sacos de pana y espejuelos con montura de pasta habían disminuido. Sus distintas especialidades académicas en el extranjero no lo habían salvado de ser un completo alcornoque. Seguro este soquete lleva todos los días el periódico por debajo de la axila y café amargo en mano como única compañia constante. Mi pobre amigo ni con una lobotomía volvería a ser un hombre racional. Faltaba el primer y único arte. Lo mejor.

En el baño, sobre el lavabo estaban unos repugnantes lentes ray- bam estilo ochentas. Por cierto carísimos. Seguro que los usa cuando acude a esos toquines digitales-análogos que tanto han sido atractivos para esos "vanguarditas". ¿Quién les había sugerido el regreso de algunos retazos de esa época estrafalaria y putona? ¿Quién les hizo suponer que demandábamos versiones descafeinadas de la moda setentera y ochentera? Todos últimamente se están volviendo más invertidos. Los mozalvetes de Warhol pululan. Aquellos que siguen suponiendo que las latas de leche campbells son arte, seguro terminaron completamente desternillados. Los palurdos que adoran el surrealismo, la concepción indeterminada de uno de esos lunáticos como ese pintor pelmazo que promovía el sacrificio de animales por placer, se enrolan en ese trip nefando por montones. Claro, hoy en día es más sencillo y mejor visto ser adepto al desorden, al aparente albedrío, " a lo indefinible" y a ser fiel participe del azar que tratar de encontrar ese trasfondo coherente y completamente relacionado en la complejidad del mundo actual. Menuda tergiversación intelectual al tratar de encontrar un orden en el caos. Qué sencillo es adscribirte a ese quehacer todo con tal de la evasión reflexiva propia.
Después de un rato contemplándo me en el espejo, lavé mi rostro con un poco de agua, me enjugue con una toalla que habia en el baño, regresé a la estancia y decidí ante un súbito sentimiento de condescendencia comenzar a escucharlo. Mala idea. Continuó contando su ascensión al mundo de las artes. Relató lo difícil que es encontrar "la inspiración". Me imaginaba que tan difícil sería acudiendo constantemente a esos eventos; recalando en esas cenas portentosas con esas compañias charlatanezcas, empleos cómodos, fiestas de buen talante con grandes consumisiones etílicas de alto costo, rapidamente solventadas por una billetera perpetuamente abultada. Todo proveniente por supuesto de una vida precedentemente opulenta y penosamente disimulada. Vaya que con tantas preocupaciones como esas la inspiración se demora en llegar tormentosamente.

Me hablaba de lo duro que es la vida. Claro, él entre abscenta y yo entre tonayan. Él pensando en los atascos viales y yo en la odisea que es ir en el metro atestado a las 7 am con advertencia en el trabajo de inmediata despedida por un retardo más. Yo robándome los libros en los remates y él solicitando montones al extrangero costeádolos sin problemas. Yo con una mesa de discusión conformada con Aron el mecánico, Juan el vende artesanías, Carlitos alcohólico de tiempo completo, Fany la puta-edecán de vinos y Abraham el taxista. Por supuesto él contando con amigos con posgrados en la Ibero, en universidades españolas, en institutos de renombre. Si, seguro, mesas de discusión parejas por las comitivas " capacitadas " para las disertaciones enceguecedoras. También hablaba de la labor gladiadora para dirigir una editorial. Seguramente conformada por sus antiguos compañeros del liceo Francés dispuestos a "renovar" el mundo literario. Los alcornoques apenas se insuflan la cabeza con un poco de literatura europea y ya pretenden darle un calambre al mundo literario. Me hablaba de emancipación. Diantres, él pensando que emancipación era vivir en un depa solo pero completamente costeado por su padre y uno pensando en la inanición intelectual que viene arrastrando y que por supuesto no pretende mantener inamovible. Lo mejor seguía haciendo falta.

Busque incesantemente la manera de hacerle comprender que todo cuanto miraba, todo cuanto expresaba, todo cuanto manifestaba por medio de esa "visión autentica" de las cosas tenía un remitente, un código postal, un paradero, un orígen. Mucho peor, una razón de profundo calado para que las cosas permanezcan así. Quería mascullarle que no hay nada de originalidasd en su perspectiva, nada de inovación, que todo viene siendo una costante emulación, una perpetua repetición que siempre se hace ver como nueva de ese imaginario. Quería exclamar que las cosas no tomarían otra forma. Ocurriría todo lo contrario, reforzando las que prevalecen. Deseaba externarle que aunque se largara a Barcelona, a Nueva York, a Londres o a cualquier lupanar como esos, todo seguiría manteniendose así, avalado por ese fantasioso ideario sobre "SU ARTE", ese que respondía a la aprobación de solo unos cuantos lerdos. No pude.

Creo que en ningún momento de la noche me cuestionó algo relacionado con lo que yo hacía actualmente. En realidad, solo bastaba mirar el uniforme que aún tenía puesto para comprender que una pregunta escapada en ese tenor sería impertinente. Fue mejor así. De lo contrario le hubiera ocasionado una depresión real.

En fin. Todo concluyó con un cálido abrazo. Las chelas escasearon de pronto y no quedaba más que una atenta despedida. Me miró con un aire arrogante y conmiserador deseándome suerte. Me puse frente a el, lo miré atentamente y le dije que yo le deseaba no la suerte sino lo mejor. Jocosamente me respondió que ya lo tenía, que eso no hacía falta. Esbocé entonces una sonrisa a medias y me despedí con la promesa de volvernos a encontrar para otra " fructifera" charla.

Salí completamente aliviado. Decidí emprender el retorno a casa. Miraba la hora en el movil. Le dije que no tenía telefono, Fue estupendo hacérselo saber de esa forma. El resto del camino seguí con lo principal. En realidad espero que deje esos meneos de cabeza. Seguí pensando. Espero que algún día lo haga. Ya se la había deseado al final.

lunes, 7 de junio de 2010

Es todo lo que traigo

En ese momento sólo quería caminar. Deseaba dar paso raudo sin pensar en nada más. Caminaba a la luz de las viejas farolas situadas a lo largo y ancho de la avenida. Mi cabeza iba llenándose de amnesia mientras la botella se vaciaba. Venía dando tumbos de lado a lado como un perfecto abraza farolas. Prácticamente iba hecho un fiambre. Seguí caminando y esquivando algunos tachos de basura que seguro dejan los vecinos para que los barrenderos los recojan por la mañana. Sorteando obstáculos como postes que parecen ser simples sombras erguidas en las banquetas yautomóviles encallados hasta los portones seguía abriendome paso. Aunque andaba trastabillando seguía manteniendome alerta para no toparme a una de esas pandillas de perros que dan el recorrido madrugadezco por las calles. A veces no es tan mala idea es mala idea que andes por las altas horas de la noche turisteando. El caso es que gyo seguía con el recorrido esquivando cagadas secas distribuidas por alguno que otro canino. Andaba pues por las calles "minadas". Seguí enfilando en descenso hasta llegar a la avenida principal y así tomar el colectivo que pasa a primera hora para así llegar a casa. Iba avanzando ciego de alcohol con una mirada completamente posada en lo indeterminado. En fin, con los sentidos completamente despistados.
Repentinamente alcancé a percibir un maullido seco y estridente a cierta distancia. No le hice caso. Seguí y enfilé de frente sin atisbos continuos. Mis riñones clamaban por desalojar líquido así que me dispuse a encontrar entre las sombras un mingitorio improvisado. En una esquina desolada permanecí quieto. El espeso vapor que emanaba desde mi uretra recorría mi rostro y lo dejaba impregnado de un leve rocío que inmeditamente se desvanecía con el sutil viento que paseaba de cuando en cuando.
Las rodillas estaban prácticamente hirsutas por alguna que otra visita imprevista al asfalto, los hombros tallados por frecuentes apoyos involuntarios en las fachadas, alguno que otro tanteo con las llemas de los dedos como leyendo en braile por los muros. En todo caso la típica procesión de una juerga cualquiera.
La vejiga me pedía otra vez tirar combustible, así que de nueva cuenta busqué un improvisado baño. Mientras liberaba la presión del agua supe que la había cagado de nuevo. Ese maullido intenso y prontamente sofocado por un interruptor lo constataron. Justo en ese momento mientras me mantenía con las manos en la masa, frente a mi se reflejó mi propia sombra doblándome el tamaño. Desde luego fue producto de las luces emanadas por un auto-patrulla que había acudido a la escena del crimen justo en un momento inoportuno. Seguro q habían olido mis sulfurosos y sanguinolentos miados desde el otro lado de la ciudad a modo de escualos adiposos y uniformados rondando a miles de kiilómetros tras la carroña.
No me arredré. Solo me resigné, esbocé una tenue sonrisa y tuve que ejercer el meneo rutinario para desalojar los residuos y volver a empaquetar el miembro entre los calzoncillos. El ritual fue el de siempre. El miembro hacia la pared, las piernas divorciadas lo más que se pueda, las manos a la nuca y una actitud estúpidamente cordial ya que cualquier signo que denote la rusticidad citadina del ineficiente servicio de seguridad pública podría entonces desencadenar unos cuantos masajes a puño cerrado o una consulta gratis por mi incontinencia urinaria al ministerio púbico. Perdón, quize decir público. Me preguntaron que si estaba al tanto que el mear desaforadamente en la vía pública era considerado como faltas a la moral . Quise responder socarronamente que era una inmoralidad de amonestación mayor cargar un tolete sin siquiera haber concluido el nivel medio superior pero mis finos chistes iban a darme un boleto de ida directo y sin escalas a separolandia hospedado en un hotel de cinco estrellas con residuos bílicos de anteriores inquilinos, alberca de cagarrutas y cómodas camas de asfalto pagadas por el gobierno en turno.
Decidí colaborar con la rutina, con el cumplimiento de la anacrónica ley. En ese momento uno de ellos auscultaba con ansia e indiferencia mis anestesiados contornos. Pensaba que tan bueno abrpia sido permanecer en la borrachera y por obra del despecho buscar la hospitalidad de unos brazos femeninos ajenos. Seguro que podrían haber mitigado el malestar o cuando menos distraerme de sus torrtuosas secuelas. Ell porcino azulado seguía urgando en mis bolsillos con un afán de no sé si provocarme sexualmente o demostrarme que la justicia también es invertida e impune,. Mientras tanto, su porcina pareja, un obeso completamente embutido en su típico y asqueroso uniforme azul me preguntó en un son maquinalmente interrogativo: ¿que traes en los bolsillos? Díme de una buena vez antes de armar más pedo. ¿Porqué tienes los ojos rojos? Seguramente vienes drogado. tus bolsillos están pesados. Saca lo que traigas ¿Que es lo que vienes cargando?
Nada mi jefe, solo traigo mi patín, las llaves de mi casa, unas cuantas monedas, y mi billetera
Nomás eso jefe, es todo lo que traigo.
Se lo juro.