jueves, 27 de mayo de 2010

Obituario

Nació a tiempo, se descarrió temprano, ocasionó unas cuantas miradas, acometió unos cuantos toqueteos, destrampó unas cuantas aficiones, recorrió muchísimas mentes, era de buenas notas, y malos agradecimientos, se abstuvo de incalculables empleos, jugaba a conocer, trabajaba arduamente en sorprenderse, transitó en las calles, durmió en ellas, trabó muchas amistades, no tenía modales, tenía tacto, no supo jugar fut, rebasó sus instintos, desafió al silencio, también a la soledad, levantó unas faldas, se mofó de la galantería, nunca tuvo prisa, no supo lavar platos, humedeció algunos labios, erosionó algunos otros, provocó unos cuantos moretes, tuvo los codos raspados, nunca aprendió a tocar guitarra, no tuvo licencia de conducir, dormía muy tarde, era experto en resacas, frecuentemente hablaba solo, leía mucho, soñaba poco, pidió perdón... muy tarde

miércoles, 26 de mayo de 2010

Sartre

Los hombres dicen estar hechos de barro. Yo solo estoy hecho de viento

Jean-Paul Sartre

martes, 25 de mayo de 2010

Cambalache

Me encantaria que las personas se perdieran el respeto en lugar de la confianza

martes, 18 de mayo de 2010






Elijo vivir intensamente recordando que vivir recordando intensamente.

viernes, 14 de mayo de 2010

Detrás de la pantalla

Él procura poner en marcha a sus falanges ya montada la noche. Claro está que la razón se encuentra en saber perfectamente que del otro lado del monitor reside el paradero usual de ella.
La estratagema es sencilla. Mira en estado offline para sercioriarse minuciosamente si en la abultada lista de contactos no se insinúa un rótulo singular , su nombre de pila o simplemente su remitente electrónico.
Se reserva unos minutos, no sea que súbitamente haga acto de presencia y la cosa se complique. Es muy ducho. Siempre hace caso de esos punzantes presentimientos que alberga en ocasiones de profunda tensión como esa. Ella acaba de ponerse en linea. Es ridículo pero él se ha despersonalizado tanto y ha dejado que el pánico le invada de sobremanera que tan sólo con mirar su nickname provoca que se sienta completamente advertido y vulnerable. Tan patéticamente como si ella se encontrara interponiéndose en su mirada frente a frente con un aire desdeñoso o lastimeramente indiferente.
Ya hace algún tiempo que había decidido no emplear dicho medio para comunicarse con los allegados. Inevitablemente la domesticación de la voluntad ante el avasallamiento de la tecnología destina a los hombres a ser presa de sus consecuentes servicios. Tal es así que es más fácil encontrar a tu vecino en linea enlazado en una conversación de tres que salir a media noche, tocar discretamente su puerta y pedirle un poco de azúcar para el café ya que no se encontrará o simplemente le concederá omisión a un ruido en la puerta mientras prolonga una interesante conversación con un desconocido residente en Checoslovaquia.
Conforme pasan los minutos, la mirada oscila entre tantos contactos, entre tantos nombres irreconocibles con rostros completamente desleidos, escurridos de la memoria, exprimidos de cualquier emoción o sensacíon duradera. La vista escruta, examina detalladamente cada dirección de esos ajenos, de eso que a veces ya no supones en dónde comenzaste a tener ese aparente contacto con ellos.
Por fin se ha decidido. Despliega su ventanilla particular y la expande para comenzar una interacción a ultranza. Supone que será lo mejor escribir allanando clandestinamente, sin oportunidad para que aborte en cuanto él se muestre en linea.
Da temerariamente un clickqueo a la esquina superior derecha y la cobertura de ese pequeño receptáculo de letras ocupa toda la dimensión de la pantalla. Se mantiene atónito antes de comenzar. Mira su imagen en el display, una imagen de medio cuerpo que le hace remontarse a momentos gratos en su compañía. Se sorprende al saberse impreciso para traer de vuelta la nitidez con la que había aprisionado su rostro en la memoria. Le embarga el desconsuelo al saber que el tiempo es implacable y que algunos detalles se le han fugado por la salida de emergencia del subconsciente. Ahora reanuda esa memorización tan solo por esa escueta imagen. esa distante evocanción de lo que una vez pudo tocar con todos los sentidos.
Repentinamente se libera del trance y comienza la misiva. Cuando la intensidad se apodera de la intención es cuando el comienzo no importa ni se pospone en lo absoluto. Todo bulle a borbotones y sólo procura un ordenamiento, un ligero ordenamiento ya que su pensar exige salir difuminadamente. A partir de entonces comienza a escribir lo que la acumulación del dolor y la emoción le dictan. Menciona que la quiere, trata de comenzar por lo general para descender a las particularidades. Espacio tras espacio, tecleos consecuentes e intermitentes inhundan esa lúgubre habitación iluminada sólo en un punto por la tenue luz del monitor. La barra espaciadora atronando intercaladamente con la parvada de teclas, esculpiendo, como cincelado con los dedos en un tapiz rocoso una declaración de guerra a la distancia. Le dice que la necesita, que no ha pasado un solo día sin que su imagen le asalte la mente abruptamente. Le dice que jamás había supuesto que las cosas se hubieran truncado así, como una experiencia impetuosa, como una emoción que muda constantemente cual piel estacionaria del suceso.
Todo se va decantando, la tentativa de reconciliación se va robusteciendo , se va ensanchando sin miramientos, colmándose gradualmente, empachando a los estrechos márgenes de ese marco virtual. Las letras afónicas adquieren propiedades sonoras. Ahora resuenan en su cabeza y espera que lo hagan en la de ella. Asiente sus acometidas imprudentes. Asume que su resquemor ya se ha atemperado a niveles imperceptibles. Declara resueltamente su necesidad por ella y no porque la desea desmedidamente sino porque la necesita incuestionablemente. Evoca la presencia de su presencia, aunque esto parezca un pleonasmo ya que siempre se mantiene acompañado pero por su dulce y tormentosa ausencia.
Le propone gallardamente comenzar, recomenzar. Encontrar un nuevo punto de partida, renovarse, resignificarse, reunirse, fundirse de nuevo. Le hace saber la trágica situación en la que se ve envuelto al ya no mantenerse en sintonía. Le propone reorientarse, volver a mirar hacia el mismo rincón. Le sugiere atrevidamente que dejen a un lado ese decoro, esa cortesía, ese recato impuesto ante la voracidad por saberse ambos, de ambos, sobre ambos, en ambos.
Un inoportuno tono proveniente del programa del ordenador avisa el límite de carácteres alojados en el folio virtual. La esquela pudo haberse extendido despropocionadamente ya que lo que se siente tiene punto de ignición pero no una meta ni mucho menos un confín. Le da una parsimoniosa revisada. Omite o añade cosas. Vuelve a mirar el recuadro de su imagen. Termina arropado por un consuelo ligero, por un sosiego ocasional completamente confortable. La atracción descontrolada se apodera de él y sabe perfectamente que para mitigarla solo un poco vasta con hilar de nueva cuenta la comunicación con ella.
Demasiado involucrados para ser extraños, demasiado conocidos entre si para figurarse ajenos. El cuerpo convalece y sucumbe ante el tiempo pero a su vez también memoriza.
Las llemas de sus dedos se disponen a posarse sobre la tecla enter. Con el cursor del ratón selecciona todo. Se toma su tiempo, respira profundo. Todo está a punto de desencadenarse. La noche barre con la vitalidad. El cansancio se hace manifiesto y sólo queda una sola acción antes de irse a la cama a descansar.
Hoy él se ha despertado con una sensación un tanto menos opresora. Alista algunos libros que requiere para algunas clases el día de hoy. Aborda el autobus. Se coloca en los oídos los audífonos y le pone play al reproductor. Hoy se ha despertado con un humor muy ligero. La rola que va escuchando le sabe bien a esas horas de la mañana. Tararea guapachosamente una rola mientras piensa que quizá algún otro día decidirá enviarle esa esquela que borró y que quizá ya no pueda repensar como tal. Todo ha vuelto nuevamente a quedar detrás de la pantalla.

domingo, 2 de mayo de 2010

El más profundo halago

El más profundo halago
¿Estarás conmigo al 100 por 100?
- no sé.
-Pues déjame soñar solo mi drama y cuando quieras algo trascendente en la cama… me llamas“
Javier Ibarra.

Al fin estábamos en el Goya, un hotel muy desvencijado. El lugar es muy famoso porque es de esos que alquilan habitaciones baratas carcomidas por el tiempo y el uso. Todo en ese momento se volvió de ensueño. Al detenerme al pie de su fachada tuve la impresión de que le lugar iba a inspirarme buenas historias. Es seguro que cualquier hotel reserva relatos afrodisiacos, pensé. El caso es que supuse que por sí mismo, el sitio resguardaba para mí, una nueva anécdota candente entre sus agrietados muros.
Adriana y yo ya nos conocíamos desde hacía tiempo. Sin embargo, era la primera vez que nos aventurábamos en esos asuntos del cuerpo.
Al dejar a un lado mis delirios y adentrarnos en una habitación, me quité de inmediato los zapatos y comencé a notar que el piso estaba firme y cálido. Mis pies lo sentían de sobemanera. Aún así comencé a tiritar un poco. Cuando me senté en la cama y observé cómo desfilaba ella frente a mí, la seguridad que me quedaba comenzó a vacilar. En momentos así no puedo evitar ponerme nervioso. Aunque la situación se encuentre totalmente a mi favor, los nervios siempre me dominan.
Antes de pensar siquiera en arrepentirme, ella se sentó a mi lado, me miró y con una sonrisa condescendiente sugirió que me acercase hacia su regazo. Así fue como empecé a desnudarla.
Así pues, me tranquilicé al entender que no tenía labor mayor salvo despojarla de todo cuanto llevaba encima. Sin demorar demasiado quitándole las prendas, inicié acariciándola tramo por tramo. Durante todo el tiempo, cada centímetro de su piel lo inspeccioné con magistral tacto. Para ser honesto, estaba hecho un absoluto manojo de nervios pero aún así decidí seguir firme en la labor. Al poco rato el ambiente se hizo denso y ligeramente sofocante por el vapor de los cuerpos. Entonces yo empecé a desvariar. En mis adentros trataba de comprender el por qué siempre pasaba lo mismo. En circunstancias como esa, siempre comenzaba a delirar ante el aroma que normalmente despiden los menudos cuerpecitos que me gustan; tanto como el que estaba soldado a mí en ese instante. Estaba absorto en esos efluvios intensos. Quedé un poco pasmado por esa fragancia a momentos suave y a momentos espesa.

Depués de recobrar la cordura, me dediqué a frotar con apaciguada dedicación sus lisas mejillas, su tersa frente y su linda nariz. Luego descendí hasta su excelsa barbilla. Ahí me aparqué unos minutos. Poco más tarde caí en la cuenta que ella tenía una leve cicatriz en esa zona de su casi pulcro cuerpo. Entonces me detuve y la miré largo rato. Era casi inapreciable. Eso me animó a grados exorbitantes. A pesar de que ella era muy atractiva, esa cicatriz me hizo pensar lo real que ella se proyectaba para mí en ese instante. Con esa marca en su piel la sabía conmovedoramente imprecisa, excitantemente imperfecta; normal, común, ensoñadoramente común.
De tal forma, proseguí otro rato hasta que sólo la miré a los ojos e instintivamente me exalté. Después de un rato de buen manoseo confirmé por su mirada lo que yo ya suponía que sucedería. Sus ojos entreabiertos reflejaban su estado en ese momento. Se encontraba abandonada al más vertiginoso placer. Su conciencia se desleía en cada gesto involuntario, en cada jadeo suprimido a medias. Confirmé que se había perdido en bruscos y espontáneos movimientos lejos de su control. Yo sabía que ya estaba sumergida en ese placer tan clandestino para mi percepción. Ese goce tan privado y tan apartado de la comprensión de cualquier hombre.

Ante su esperada reacción decidí aprovechar el instante y así fundirme a ella con mayor ímpetu. Mi cuerpo degustaba, paladeaba el suyo con exacerbada devoción. Estrujaba intermitentemente sus firmes tetas, su alzado y rígido culo. Inspeccionaba escrupulosamente cada parte de su simetría. Minutos más tarde, decidí remacharme con mayor esmero. Luego, con su voz tenue me incitaba a atornillarme de manera abrupta a ratos y luego a sumirme de modo relajado en otros. Estaba contento porque ella también contribuía.
A ratos le gustaba arañar mi cuerpo, en otros tomaba entre sus manos con la presión inconcebiblemente correcta mi verga. La meneaba con destreza, como si “la sintiera”. Como si fuese parte de su propio cuerpo. Momentos después opté por descender el rostro sudoroso y adentrarme en las espesuras de su pelvis. En esa región casi impenetrable logré laboriosamente hundir mi lengua. Entre suaves malabares cobré conciencia de su sabor. Me dio la impresión de ser tenuemente alcalino, ligeramente salado. Proseguí perseverando aún más. Sorbiendo y sorbiendo sin pausas. La sentí oprimir con sus fortachones muslos mi cabeza. Sentí cómo su cuerpo luchaba aguerridamente por enroscarse en el mío. La sentí vibrar sin tapujos, sin control, sin dirección. Ahí estaba yo con los labios, los dedos y la lengua laborando en la región más remota de su ser. Brindando y brindándome. Brindándonos mutuo regocijo.

Gocé sus labios frondosos, sus ojos impenetrables, su cuerpo angosto. Su delgadez, su menuda simetría causaba en mí un intenso revuelo. Sólo una esbelta encarnación como esa había logrado sumergirme en el goce más agudo durante un momento así.
Al cabo de un rato, pensé ingenuamente que quizá ella tal vez podía ser mi perpetua compañía en los extravíos del éxtasis. Cedí un poco ante una efervescencia por besarla y para ser franco, también por una lengua momentáneamente agotada. Mi lengua estaba acalambrada, abatida en un asalto, pero no del todo en la contienda.

Después de tanto ajetreo me elevé con la cara embadurnada de sudor y otras cosas y la miré de nuevo. No pude contenerme y por instinto le susurré algo al oído. Ella sabía que yo lo pensaba desde que nos conocimos pero a ciencia cierta no sabía cuando se lo soltaría. De alguna forma, yo quería que de su entrecortada voz brotara lo que yo iba a decirle. En un momento de debilidad se lo sugerí casi en un suspiro. Dime que sólo estarás conmigo, le musité al oído. Acto seguido ella se mantuvo sumida en su intimidad. Pasó un largo rato pero de pronto, inadvertidamente cobró aliento y me dijo: eres muy esmerado y listo Ale pero no puedo. Toda mi vida he fingido, mencionó a bocajarro. Debo confesarte que he disfrutado con pocos imbéciles aunque estuviese involucrada con muchos antes. Así es esto de la cama. Todo se queda entre las sábanas, dijo. Le miré inexpresivo un instante y después volvió a hablar. Cuando me piden eso, sólo reciben puras mentiras, dijo, Cuando he dicho que seré exclusivamente de un solo hombre todo se torna una completa farsa, un verdadero fiasco, añadió. ¿Nunca has pensado en permanecer con una sola persona?, le dije. Me miró risueña y dijo: Si, pero nunca me atreveré. Los hombres comunes son un asco. Sólo me gusta enredarme con ellos una sola ocasión. Aún así, por una extraña razón quiero sugerirte en este momento que sigamos y que además nos veamos ocasionalmente. Después de haberme dicho eso se sumergió en una seriedad inusitada. Sólo hoy no pienso mentirle a alguien en mi vida, dijo al final.
Así continuamos completamente enmudecidos.

Pasaron unos días y ahora tomo en la mesa una taza de café. Leo el diario como de costumbre. El encabezado dice que el índice delictivo va en aumento. Finalmente, me pongo la chaqueta, y salgo disparado al trabajo. Enseguida un amigo que casualmente cruza en mi camino me intercepta y me pregunta cómo me ha pintado la semana. Lo miro y sonrío inoportunamente en el momento. Me pregunta de un modo inquisidor cuál ha sido la razón de mi sonrisa. Le respondo risueñamente: no es nada, sólo he recordado un halago.