sábado, 11 de diciembre de 2010

¿No te quedas a cenar?

Para yogui que deseaba saber un poco de mi pasado cuando el era un niño.



Gracias a uno de mis tantos empleos fugaces conocí a Yandé. Ernesto y Joaquín eran primos y trabajaban como pintores a domicilio. Una noche mientras chupábamos me propusieron un empleo con ambos.

-Deja la concha un rato we -Me dijo Joaquín.

-Estoy saludable cada vez que no tengo dinero.

-No mames-dijo Ernesto-¿Cómo es eso de estar saludable si no tienes dinero?

-No me presiono por acumular más y a decir verdad las mujeres siempre costean lo que yo sugiera.

-Pero a veces no tendrás para el chupe cuando lo dispongas-Dijo Joaquín terminando por beber una coca de lata con mezcal.

-Tienes razón-le dije-buscaré un empleo temporal.

-Ya no busques. Tenemos una chamba en Plateros. Hemos conseguido que paguen muy bien por pintar todo un edificio.

-Eso sí que va a ser duro.

-Y más entre sólo tres- masculló Joaquín.

-¿Quiénes?-dije al aire

-Pues nosotros y tú.-dijo Ernesto

-¿Cuándo comenzamos?

-Mañana mismo. Así que para de mamar y ve a descansar.

-Es cierto. Vagar también fatiga demasiado.

-Te recogemos por la mañana a las siete.

El trabajo no era tan difícil como yo pensaba. Había suficiente pintura, suficientes brochas, suficientes rodillos y suficiente consideración de los inquilinos para concluir la faena sin que nadie nos apresurara.

Remojar, alzar y embadurnar la pared. Sólo eso requería un trabajo de paga estimulante.

Por entonces pensaba en mi amigo Manuel. Habíamos sido compañeros en la preparatoria. Ahora él estudiaba la carrera de Derecho y tenía un empleo de media jornada como archivista en un bufete prestigiado de abogados. Recibía un pago raquítico por un empleo que consumía gran parte de sus horas que correspondían a un plácido sueño. El conocimiento del mundo ya no es rentable . Eso es un hecho. En cambio, sólo el conocimiento de los servicios reporta buenas ganancias. Bueno, a veces.

El caso es que enriquecer la mente te deja bien pobre hoy en día. Además me dedicaba sólo a lo que cualquier otro se dedicaba: comer, dormir, mojar, pintar, follar, lavar, estudiar, disertar y olvidar. Nada difícil por supuesto.

Después de tres semanas ya habíamos cubierto tres cuartas partes del edificio. Sólo restaban algunos detalles del exterior y los departamentos de la planta baja. Durante la última semana cubrimos los huecos y al llegar el viernes por la noche estábamos casi por concluir. Esa misma noche conocí a esa lunática.

Estábamos pintando las traves y la fachada de los últimos cuatro apartamentos cuando nos alcanzó la noche. Como era costumbre, Ernesto y Joaquín estaban demasiado pachecos para continuar con la empresa. Así que no hubo más remedio que tratar de terminar la faena por mis propios medios. Cuando llegué a la última fachada comencé a olisquear ese peculiar e inconfundible aroma a cedro. Me puse a pensar que tal vez esos dos ya se habían descarado pero no fue así. El tufo provenía del último departamento que aún continuaba pintando. Podía escuchar demasiado bullicio en su interior. La música trepidaba hasta el último piso. Decidí omitir la cosa y así resolver los últimos detalles. De pronto, un tipo moreno con dreadlocks, con el dorso descubierto y pantaloncillos cortos abrió la puerta.

-¿Qué es lo que quieres? - preguntó demasiado inquisidor mientras avanzaba unos pasos y fumaba un toque.

-Estoy terminando mi trabajo-le dije de una forma indiferente. En realidad siempre he subestimado a los adictos aunque yo haya sido uno. La mayoría intenta atemorizar encarándote y sin embargo, nunca he conseguido medirme con uno de puños ágiles.

-¡Ah! Ya recordé-dijo sin soltar el pomo de la puerta- ¿Anda todavía por ahí Ernesto?

-Anda bien puesto en la otra entrada.

- Entiendo. Dile que dice el Pecas que si quiere puede caerle a por unos tragos o unos cuantos pipazos.

-Seguro.

Cuando cerró tras de sí la puerta me puse a recoger el material y después lo llevé fuera. Esos dos seguían quemando como bestias.

-Dice un tal Pecas que si quieren pueden pasar a su depa por chupe o para seguir inflando sus pulmones de cagada vegetal.- les dije.

-¡No mames!-dijo Ernesto atónito-vamos de una buena vez. Ese vato es un nariz de yeso. Consume mierda como si fuese terapia intensiva.

Entonces amontonamos el material de trabajo, nos quitamos los overoles y entramos de nuevo al edifico para tocar su puerta.

En cuanto entramos, una inusitada sensación de cautela se apoderó de mi. Miré los alrededores y noté que había algunos weyes con los que había tenido broncas en el pasado.

Aunque andan muy colgados seguro el rencor permanece en completa vigilia-pensé.

Todos en el interior aparentaron mirarnos con indiferencia pero a ratos me percataba cuando bisbiseaban entre ellos mientras mis grifos acompañantes se distraían. El pecas se acercó muy entusiasta y puso en nuestras manos unas caguamas bien heladas.

-Cámara, vamos a piestar-dijo

Me fui a sentar en un recodo de la sala mientras los otros dos permanecían de pié aseando de cocos su toque. Sin embargo, siempre anduve ojo avizor ante el resto.

Un par de morenazos con cabello desteñido por el peróxido jugaban baraja al tiempo que presionaban el émbolo de una fina jeringa incrustada en sus tobillos. En el sillón que estaba frente a mí, tres sujetos blanco s y medianos que vestían el mismo jersey de un equipo de soccer español tenían puesto un juego de peleas en la play station. Eran pésimos.

Anduve mirando por un rato sus encontronazos hasta que uno se dio cuenta y dijo en un tono muy pretencioso:

-¿Qué, le sabes? Haz reta entonces.

En menos de media hora, después de haber tomado el joystick dí cuatro rondas consecutivas completamente invicto. Los había pulido demasiado fácil. Después tuve ganas de orinar, así que me incorporé y caminé hacia el baño mientras dejaba tras de mí a esos futboleros que para entonces me lanzaban una mirada de disgusto reverencial.

Al abrir la puerta del baño encendí la luz y encontré a un hombre sentado encima del retrete que tenía la tapa abajo. Era miope, vestía unas bermudas, una camisa floreada y unos vans old school. Ese calzado era mi predilecto.

Tenía entre sus manos una lata de coca-cola que estaba perforando en el centro con un alfiler. Tenía lapsos de risas psicóticas que alternaba con intensas arcadas.

-Creo que el diablo me está castigando por haber cruzado tequila con mota-dijo muy irónico.

- El diablo sólo se ensaña con las buenas personas-le dije serio-la porquería le tiene sin cuidado. Sabe que esa va por buen camino, por eso no le presta atención.

Sonrió y luego salió gritando a todo mundo pidiendo urgentemente un poco de ceniza de tabaco. Fue entonces al salir del baño cuando me topé con ella. Era alta, demasiado alta para mi estilo pero muy adecuada para mi gusto. Llevaba encima una pequeña falda de mezclilla y un blusón escotado. Era trigueña de piernas torneadas, tetas medianas y un sedoso cabello que se precipitaba hasta ellas. Tenía una mirada insidiosa que no pude eludir.

-Es mejor que se vayan de una vez.-dijo-están a punto de meterse en problemas.

-Lo sé pero a ti… ¿qué pueede importarte?

-Quiero verte la próxima semana pero en una pieza. Me llamo Yandé.

Al decirme eso puso entre mis manos un papel, dio media vuelta de inmediato y salió rumbo a la sala con un andar impetuoso. Esa chica tenía un garbo formidable.

Entonces regresé a la sala. Me sobrevino un ataque de ira. Deseaba darles en la madre a cada uno. Sin embargo, estábamos en plena desventaja. Dos grifos y un enfurecido no formaban un buen equipo.

Les dije a ambos con disimulo que teníamos que salir aprisa en cuanto acabaran su porro. Se negaron pretextando que preferían seguir fumando. Entonces me di cuenta que había más movimiento. Todos seguían bisbiseando y rotaban de lugar continuamente. Se acentuaban los problemas. La rabia no se me aplacaba pero la noche no favorecía de mi lado en lo absoluto. Tomé a esos dos del gaznate y los saqué a empellones. El pecas comenzó a gritar con un aire engreidoy malicioso.

-Aguanten, apenas va a comenzar el coto.

Decidí no mirar atrás y seguir dando empuje a esos dos. Al llegar al final del pasillo dos cabrones custodiaban la puerta. Estaba cerrada. Solté a esos dos y anudé las cintillas de mis tenis. Uno de esos gendarmes estaba lamiendo una paleta tupsi..La mordió enseguida, crujió durante unos segundos dentro de su boca y después dijo algo en un tono desafiante.

-¿Tú eres Alejandro?

-No te hagas pendejo-dije muy insolente-Si me preguntas es porque lo sabes.

-Hace un par de días putearon a uno de mis hermanos. Me dijeron que fue un tal Alejandro.

El tipo era de estatura promedio. Miré sus nudillos y no parecían prominentes. No abriría mi piel al instante así que deduje una probable ventaja. Me convencí de que podía con él. Yo siempre he podido con quien sea.

-Hace días le puse en la madre a unos weyes. Me provocaron. Si lo volviesen a hacer seguro que lo haría de nuevo.

-Pueden pedir esquina-dijo

-Yo no, siempre me las compongo solo.

No me arredré. Además, ese dúo de bultos que me acompañaban ya estaban alertas. La adrenalina disipa cualquier efecto de inmediato.

-Me gustan los hombres con huevos- dijo a la vez que hurgaba sus bolsillos del pantalón.

- y a mí los que arreglan sus pedos solitos.- dije mientras guardaba mi reloj en el bolsillo

-Tienes razón.

Entonces me abrí paso entre ellos y empujé la puerta. Ambos nos miramos con aire retador unos cuantos segundos y después di con los otros marcha hacia casa. Habíamos avanzado un tramo considerable cuando escuchamos una parvada de pasos que se aproximaban deprisa. Entonces entorné tras de mi andar y fue cuando sin percibirlo, recibí un impacto en el entrecejo. Se armó la trifulca entre varios pero yo sólo me concentré en quien se aproximaba hacia mí.

A decir verdad nunca he salido ileso de un pleito. Además, siempre he sido al que le conectan el primer golpe. La única ventaja que poseo en esos momentos es que los golpes del inicio en el rostro sólo me aturden un poco.

Me despojé de mi chamarra y recibí otro impacto. Esa vez pude moverme un poco y recibirlo a un costado de la frente. Volaban puños y piernas por doquier. No había coordinación ni tino en nadie. Flotaba demasiada ira y poca mesura. Él estaba acabado. Medí un poco la distancia con cautela y en una oportunidad le conecté cuatro rectos consecutivos. Lo tomé por las greñas y le aticé en el rostro y en el pecho otra buena tanda de puñetazos. De pronto, comencé a sentir demasiado pesada mi mano con la que le sostenía de unos cuantos mechones de cabello. Entonces se desplomó estrepitosamente frente a mí y quedó esparcido en el suelo como un amasijo de droga, carne y mierda.

Varios tipos salían aún por todos lados. De tal manera, tuve que optar por correr a toda prisa. No me preocuparon los otros dos. Ellos también sabían escapar de esos embrollos. Mientras avanzaba como un bólido por el andador sentí una serie intermitente de punzadas en mi mano derecha. Amainé el paso y cuando me dispuse a tentarla el dolor apareció inesperadamente. Entendí que tenía los dedos de mi mano completamente tronchados.

El tiro había durado un minuto. Generalmente duran dos o tres. Quien sostenga que ha peleado durante bastantes minutos u horas es un autentico embustero y no conoce la calle. La energía que se desencadena durante una pelea callejera es brutal. Se consume de inmediato. Así pienso que será el fin de todo. Violento en pocos minutos.

Los boxeadores desarrollan una condición sobrenatural. En cambio, un peleador de calle solo da rienda suelta a su cólera en un plazo demasiado corto.

Seguí corriendo hasta llegar a casa y antes de abrir la puerta volví la vista para cerciorarme que ninguno me seguía. Apenas percibí en la oscuridad que dos cabezas asomaban en la esquina de la cuadra. Saqué la llave y decidí dar un paseo por el barrio para despistar. De cualquier forma, ya estaba en casa y lo más probable sería encontrar a un vecino que alternara en los chingadazos. Todo el tiempo es así.

Pronto encontré a unos teporochos y me apiñe con ellos un rato. Sucedieron alrededor de dos horas y para ese entonces ya tenía mi mano demasiado inflamada. Aquellas cabezas que había visto seguramente no pudieron dominar el temor que produce un barrio ajeno porque después ya no dieron señas. Estuve un rato más con el escuadrón de la muerte y después decidí pisar casa.

Entré, abrí despacio la puerta de mi cuarto para no despertar a mis jefes y encendí el televisor. A veces su sonido me arrulla.

El dorso de mi mano y los nudillos seguían palpitando pero mientras tanto, pude emplear la otra mano ilesa para garabatear de modo casi ilegible el número de teléfono del papel corrugado que pese a todo lo ocurrido, aún conservaba. Me puse a pensar entonces que la noche no fue del todo funesta. A decir verdad, fue casi perfecta exceptuando el altercado. Tal vez, a partir de entonces tendría otra cosa con la cual entretenerme durante la semana. Una que seguramente sería tan similar como las otras.

Quizás era hora de darme un respiro ante tanta agitación y consentir a una chica. Necesitaba consentir a alguien de vez en vez aunque no pudiese hacerlo conmigo mismo.

Pasó una semana y aún yo no sabía en que gastar esa estupenda paga. En realidad, jamás fui aprensivo con la ropa u otras cosas. Me daba lo mismo traer encima las prendas relucientes o avejentadas y descoloridas. En todo caso, lo mejor siempre me ocurría sin ella.

En cuanto a mis aficiones, todo quedaba estrictamente reducido a placeres sencillos, aburridos para el resto y por lo tanto de costos mínimos. No es que pensara que el dinero siempre estaba de sobra, pero de alguna forma incomprensible mis cuentas siempre cuadraban a la perfección.

Mis padres, como buenos sobreexplotados trabajaban hasta muy tarde. Mi hermana había decidido tener empleo a temprana edad para así poder eludir el fracaso que implicó el no poder ingresar a la universidad pública. Todos se encargaban de los gastos que corrían en casa excepto yo. Por tal razón mi bolsillo tardaría en vaciarse pronto.

Normalmente las personas suponen que una vida de miseria exalta la necesidad por momentos de opulencia. Cuando creces y descubres la trampa del consumismo y percibes como degenera a las personas ocurre lo opuesto. Entonces descubres que los placeres se encuentran en otro sitio. Creo que a eso le llaman conciencia de clase.

Durante la semana intenté distraerme patinando mucho tiempo. A veces leía un poco y por las noches me reunía con los viejos amigos. Irónicamente la calle a veces es tan acogedora como el propio hogar.

. En fin, había pasado casi una semana desde el incidente cuando el jueves por la noche, al regresar a casa tomé mi celular que había olvidado. Tenía un mensaje en la bandeja de entrada.

“Quiero verte. Espero que puedas mañana. Yandé”

Recordé a esa deliciosa entidad impetuosa. Estuve largo rato estupefacto, conjeturando el cómo pudo conseguir mi número puesto que sólo ella me concedió el suyo. Comencé a escribir un mensaje

“Te veo a las 10 justo frente a los locales”

Los famosos locales estaban situados unos cuantos edificios. Prácticamente todo mundo los conocía así que eran buenos referentes o puntos de reunión. Le dí un leve masaje a mi mano que aún estaba resentida y logré dormir confortado pese a permanecer un poco impaciente.





Me levanté muy temprano y llegué minutos antes de lo acordado. Permanecí sentado sobre la acera frente al local de legumbres. Al poco rato distinguí como esa rimbombante mujer se apresuraba. Me saludó humedeciendo una de mis mejillas con sus empalagosos labios y apresándome en un cortés abrazo.Los abrazos suelen ser muy terapéuticos en ciertas ocasiones.

-Quiero que me acompañes en uno de mis días habituales- dijo mientras se acomodaba un resorte del sostén que sopesaba las suculentas mamas con las que la fecundación le había agraciado.

La propuesta me pareció bastante original. Cuando menos no había sugerido los protocolarios paseos o las doctrinarias charlas de cafetería. La ortodoxia en las interacciones actuales siempre me deja en ascuas.

Después de concederme una inolvidable sonrisa aperlada se puso en marcha y por consiguiente yo seguí a ese culito de calidad soberbia.

Hicimos buena parte del día en el supermercado, en la lavandería y paseando a su perro (de una raza que nunca supe identificar y que después encargó a una amiga que paseaba por ahí) además de otros tantos menesteres domésticos de poca relevancia. Ella iba todo el tiempo dueña de si misma. Pensé en lo muy cautivador que era eso.

Durante el trascurso del día me dijo a lapsos que había dejado el hogar a muy temprana edad. Decía que tenía un buen empleo y que vivía con una amiga muy cerca de donde nos habíamos topado.

-Al rato vamos a cenar en casa- sentenció.

-Bueno, a fin de cuentas no tengo nada que hacer en realidad- dije mientras miraba en breves atisbos los cuencos pronunciados en su espalda baja. Esos famosos “hoyitos” siempre me ponen al cien.

Deambulando hacia su departamento me decía con emoción que le gustaban los deportes extremos.

-He practicado surf, rapel, paracaidismo, snowboard, skeleton,sandboard y algunos otros- dijo en un tono muy categórico.

-Me parece bien.

-Te he visto desde hace tiempo practicar skate.

-Es un vicio que arrastro desde niño.

-A tí también te gustan los deportes extremos.

-Esa cosa sólo me ha salvado en momentos de frustración.

-Me gustan las situaciones de riesgo.

-cuando a un corazón no se le produce agitación con el amor se cree que la adrenalina en exceso puede suplir a la sensación ausente.

-Eso parece muy filosófico

-Sólo es hablar consigo mismo.Algo que la mayoría no hace a menudo hoy en día.

Más tarde llegamos a la entrada de su edificio. Cuando nos adentramos en el elevador soltamos las bolsas y comenzamos a toquetearnos y a concedernos besos impacientes. Llegamos al pie de la puerta de su departamento y continuamos unos minutos afuera ensalivándonos los labios y el ánimo reseco.

Después entramos un poco desfogados y mientras ella se dirigió a su recámara yo saqué los comestibles de las bolsas y los puse encima de la barra en su pequeña cocina.. Al fondo, en el extremo opuesto del apartamento , se escuchaba el rumor de una televisión encendida en conjunto con unos lejanos gimoteos. Decidí husmear un poco. Entré a la sala y entonces miré cómo un par de nalgas ascendían y descendían por encima del respaldo del sillón. Decidí no entorpecer ese asunto y regresé a la cocina. Ella ya estaba apilando unas cuantas latas en la despensa mietras yo empecé a rajar algunas papas en finas rodajas. Cuando una mujer me gusta de verdad suelo ser demasiado acomedido.

-No pareces un vago- atronó risueña.

-¿Por qué lo dices?

-Tengo la impresión de que sabes hacer muchas cosas además de malgastar tu tiempo en la calle.

-Un vago aprende a ser autosuficiente en las cosas más elementales.

-Eres muy listo-

Por eso soy un jodido.

-Tienes unos ojos muy bonitos.

-Esa adulación ya es una rutina en mi vida.

Seguí haciendo rodajas y cuando alcé la mirada, en un acto reflejo nos pusimos en marcha hacia su habitación. Al detenerme junto a la cama me tumbó y no dejó que yo tomara partido al principio. Comenzó a desnudarse por sí sola mientras no dejaba de lanzarme una mirada insolente. Lo hacía despacio. Sabía tomarse su tiempo.

Poco más tarde comenzó a despojarme de mis triques que traía encima. La tomé con fuerza por un muslo y le atraje. Entonces la recosté con suavidad, me aferré a sus tobillos y mientras alzaba sus piernas por todo lo alto contemplé que tenía unas pantorrillas magníficamente lustrosas. Calé mi tranca con suavidad a la vez que cruzaba sus piernas suspendidas por todo lo alto. Quise entrometer cuerpo y mente a la vez pero no fue del todo bueno. No hubo una buena compenetración. A pesar de dármela por todos lados paré al poco rato. En lugar de un buen polvo, sólo sentí que me había masturbado con un cuerpo relativamente vivo.

Ambos nos vestimos y continuamos haciendo la cena. Los dos que estaban en el sillón pasaron de largo sin mirarnos y se pusieron a darse una buena ducha.

-Es mi compañera y un invitado- dijo.

-Supongo que tiene visitas a menudo- expresé.

-Cuando la ocasión lo permite.

Después la pareja salió del baño y se internó en el cuarto donde habíamos acometido nosotros.

De pronto escuché girar el pomo de la puerta. Miré como un hombre de aspecto ajado y mal humorado entró acelerado mientras cerraba la puerta con fuerza. También pasó de largo y se dirigió a la sala.

Yo seguía hacinado en la cocina haciendo rodajas con las zanahorias mientras Yandé freía en aceite una sopa de letras en empaque.

Volvió a escucharse el rumor del televisor. Una nueva tanda de gemidos empezó a resonar desde la habitación donde estuvimos. Había terminado de cortar legumbres cuando el tipo que llegó minutos antes se acercó y se puso a mis espaldas.

-¿Dónde está Ximena?- preguntó furibundo a Yandé que colocaba la sopa a fuego lento.

-Está en el cuarto- respondió con un aspecto que se había descompuesto inmediatamente.

Entonces el tipo se dirigió hacia la alacena. Sacó una caja de cereal, tomó un plato del fregadero, sustrajo leche del refrigerador y se sentó a mi lado. Parecía muy sosegado. Le fui completamente indiferente. Los tres permanecimos largo rato sin decir nada. Después los gemidos del cuarto contiguo se apagaron.

Entonces el tipo se levantó y comenzó a trastear entre muchos utensilios que estaban detrás de la estufa. Tuve ganas de preguntarle a Yandé qué demonios hacía ese hombre con nosotros pero ella se mostraba temerosa y esquiva. De pronto divisé que el tipo ya llevaba entre sus manos un bate pigmeo de aluminio entre sus manos. Sin más, irrumpió en la habitación donde estaban los otros chicos.

Lo siguiente que recuerdo es una sesión de lamentos espantosos, golpes huecos y ensordecedores y súplicas casi ininteligibles.

Al poco rato todo quedó sumido en un incómodo silencio. Después de otro rato el tipo salió del cuarto con un semblante satisfecho y decidió tomar asiento junto a mí de nuevo.. Volvió a degustar su plato de cereal que había dejado a medias.

-Le dije que no quería hombres en casa- rumió mientras masticaba entre sus dientes la cuchara.

-Pero Jaime- dijo Yandé-es tu hermana. Puede hacer lo que quiera.

La cena estaba lista. Entonces Yandé me miró.

-Jaime, el es Alejandro, un viejo amigo-dijo muy apenada.

El tipo siguió inerte.

-Hace días le partió la madre al pecas- Yandé se lo hizo saber muy convencida.

Entonces el tipo me miró de reojo. Se relajó enserio y trazó en su jeta una modesta sonrisa.

-Creo que fuiste muy duro con tu hermana- exclamé mientras me ponía alerta para cualquier imprevisto.

- imagínate lo que haría con mi vieja- musitó muy jactancioso.

-ya lo creo

Entonces se incorporó y dejó su plato en el fregadero. Luego envolvió con sus manos por detrás a Yandé.

-¿Verdad flaca?- le farfulló al oído pero lo suficiente para que yo escuchase con claridad.

-Seguro amor –dijo en un tono tierno la chica.

De repente escuché chasqueos consecutivos. Decidí no mirar sus rostros que ya se habían pegado y me dispuse a pensar inmediatamente como iba a salir de ahí pies por delante.

-Creo que ya es tarde- pretexté absurdamente.

-Entonces el monigote se anticipó y me rodeó el cuello con su tosco brazo.

-¿no te quedas a cenar? – dijo esta vez muy complacido.

Por un instante pensé en decirle que había cenado muy bien.

-En otra ocasión tal vez.

¿De verdad?- dijo muy apenado- Me da gusto que achicalaras al pecas. Me avanzaste. Mucho antes de que yo lo hiciera. También tengo ganas de putearlo.

-Te lo agradezco pero debo irme ahora.

-Nos vemos Alex –dijo Yandé desde el fondo mientras me miraba aliviada- luego iré a patinar al depo.

-Seguro, ahí te veo- dije mientras le daba vuelta al pomo de la puerta.

Al salir, me puse a pensar en el vértigo, la adrenalina, la agitación, las ansias y otras tantas sensaciones. Ninguna podría ser un efectivo sustituto. La gente estaba invariablemente destinada a paliar su carencia emocional con esas sensaciones sin buenos resultados.

Finalmente, días más tarde, mientras patinaba con tenis nuevos, me topé con Ernesto y Joaquín otra vez.

-Tenemos otra chamba- dijeron muy sincronizados.

-Está bien, pero yo sigo con los depas de abajo.

-No te preocupes- dijo Ernesto- cosas así no pasan a menudo.

-Eso espero. Por si acaso quiero ser el primero en salir.

Un día después nos dirigimos hacia el que sería el próximo edificio a pintar.

Yo estaba calzándome el overol cuando se escuchó un estridente golpe de puerta proveniente de unos cuantos pisos arriba. Después se escucharon pasos frenéticos que se intensificaban poco a poco. Cuando alcé la vista vaticiné a una chica linda y enfurecida. Le miré unos segundos. Al notar mi presencia, su rostro colérico mutó en una apariencia de querubín.

-Hola- dijo con una sonrisa fiera y resaltada mientras atravesaba el umbral de la puerta principal de la entrada.

Sólo pasaron unos segundos cuando un chico agitado con rostro espasmoso se acercó hacia mi

-¿Has visto hacia donde se fue la chica de hace rato?

-Lo miré muy arrogante y no le respondí. Entonces salió murmurando cosas y dando traspiés por lo descontrolado que andaba.

El móvil que tenía en mi bolsillo trasero vibró un rato. Sonreí por un momento y decidí no revisarlo.

Después me puse el overol por completo y busqué el rodillo menos estropeado.

Al parecer, la semana iba ser muy interesante.

jueves, 9 de diciembre de 2010

De nuevo


Eran las 10 am y el sol despuntaba mientras mis ánimos seguían un día más cuesta abajo. Los contrastes siempre han sido una ley en mi vida. Así que un día con buena pinta significaba un ocaso emocional rotundo.
Me desperecé de una larga siesta y después encendí la computadora que había quedado enterrada entre mis sábanas. Cuando abrí la bandeja de mensajes leí uno muy peculiar.
“Pig:
Mañana te veo a las 10 en el metro Mixcoac para ver a Ale.”
Entonces recordé que había algo que hacer ese día además de leer y vagar. Después de todo, una chica no viene mal a tempranas horas. Era amiga de Harry y decía que le gustaba lo que yo, de vez en vez escribía. De nuevo el niño había sido generoso conmigo. Sabe muy bien el estilo de chicas que me atrapan enseguida. Por eso supuse que tras haber invitado a una chica a casa debía ser una buena complacencia.
Por esa razón me enfundé en la misma ropa que tenía encarnada desde hacía dos días y me dirigí al punto de encuentro.
Llegué a la hora acordada y esperé unos minutos hasta que por fin llegó mi amigo.
-Le dije que tú podías recogerla pero al terminar de escucharlo me advirtió que no vendría. prwdicó calamitoso.
-Es lógico- dije petulante- los hombres listos suelen ser un problema.
Enseguida ingresamos al metro y saltamos el torniquete en vista de que no había cerdos en la costa. Aguardamos a que la chica llegase.
-Te va a encantar- dijo Harry-Es alta y flaquita.
-Confío en tus gustos nene-le dije muy despreocupado.
Transcurrieron varios minutos y aún no había rastro de la chica.
-Si me deja plancha se la voy a hacer de pedo- espetó Harry un poco airado.
-Lo entiendo, aún no me conoce.
-Es majadera como tú y yo we.
-Confundes demasiado la franqueza con la leperada. Eres muy ternera aún.
Permanecimos largo rato en el andén. El frio que se disipaba por los alrededores parecía más recalcitrante que en la superficie. Por un momento pensé en regresar a casa enseguida.
Harry secundó mis pensamientos.
-Si no llega en este tren nos vamos a casa we.
El rumor del vagón que se avecinaba se escuchó en cada instante más próximo. Al tiempo que llegaba, Harry iba dibujando en su semblante un gesto confortable.
-Ya llegó
-¿Cómo lo sabes?
- La vi en los primeros vagones que acaban de pasar.
Y era cierto. Entre toda la muchedumbre que descendía destacaba de inmediato una figura espigada y esbelta. El niño no mentía. Sencillamente era magnífico tan sólo al verla de lejos. Era una chica de esas para sacudirse la melancolía de inmediato.
Al acercarse noté con mayor énfasis lo estupenda que lucía. De inmediato distinguí una pequeña nariz muy estética, un tanto juguetona. Además, mostraba unos labios estrechos y discretos, y además unas piernas magníficamente alargadas que empataban de lo lindo con sus brazos bramantes y extensos. Me puse a imaginar lo bien que me vendría ver a un cuerpo así de tales proporciones retozando desnudo en cama o desfilando por mi cuarto sin pudor alguno. No había incongreuncia entre el placer y la vista.
Sin preámbulos nos dirigimos hacia casa de Harry. Mientras avanzábamos entre las calles noté cómo se anunciaba el contoneo de sus nalgas discretas y naturalmente izadas. Su voz poseía un timbre muy tenue y sosegado. Además, mostraba una actitud plenamente apacible.
Me puse a pensar que el día no estaba tan mal después de todo. Cuando menos ninguno mostró prisa o alteración.
Se me puso dura un rato hasta llegar a casa. Después pasamos del silencio inicial al contacto entusiasta y luego al tacto desinhibido sin más.
Mi Amigo me había puesto en sobre aviso que la chica era inescrupulosa y emprendedora. Sin embargo, conforme el tiempo transcurría, se dejaba ver un poco recatada y esquiva. En algún momento conseguí hacerme de su compañía completamente a mi lado. Entonces asimilé el olor almibarado que despedía de su cabello, sus axilas, su cuello y su estrecha y alargada espalda. Tenía una espalda despoblada de imperfecciones exceptuando una leve cicatriz que justificó como producto de una mordida canina. En sus omoplatos saltaban a la vista algunos lunares que seguramente seguían resbalando hasta la parte baja. También poseía una piel demasiado dúctil.
Por esa razón mis dedos se avocaron el resto de la tarde a dilapidar en mi mente cada uno de sus pliegues, cada uno de sus rincones y cada uno de sus contornos.
-Tocas muy bien el cuerpo- Me dijo de pronto con una sonrisa que mezclaba malicia e incredulidad.
Eso provocó que yo soltase una buena risotada. Sucedía de nuevo. Las mujeres son completamente responsables de mi actitud presuntuosa. Ellas siempre me catalogan como un experto. Por supuesto es algo que desde siempre he intentado desmentir.
-Tienes unos labios pequeños y demasiado delgados- dijo al tiempo que humedecía los míos echando mano de los suyos.
-Así es- dije complacido
-También las orejas
-Si
-Tienes las manos pequeñas y los dedos demasiado delgados.
-Pude haber sido un prominente cirujano o un excelente pianista.
-Me gustan los hombres de manos grandes, de labios gruesos. Esos que tienen cada una de sus extremidades de gran tamaño.
-Creo que estoy en un problema.- dije- Lo siento, soy un hombre pequeño. Sin embargo, poseo una voluntad desproporcionada. En cambio, los hombres fornidos y gigantescos siempre tienen una voluntad pequeña en la vida.
- Me gusta lo que dices
-La magia se condensa en espacios reducidos.
-¡Lo ves¡ Me agrada demasiado lo que expresas. Siento que tú tienes algo maravilloso encerrado.
-Es lo único que sé hacer en realidad. Hablar y pensar. Es todo.
-Tus manos dicen lo contrario.
-Tú lo dices. Yo no.
Proseguí con la escudriñada de su propia superficie. Harry se puso a negociar próximas manoseadas por el chat. Le pedí un vaso de agua, me lo alcanzó enseguida y así le pegué un hondo sorbo. Eso de que las mujeres te dejan árido es completamente verídico. De pronto la puerta sonó. Un perro ´profirió intensos ladridos y Harry salió.

Mientras tanto, las caricias se hicieron más profusas. Sus manos comenzaron sutilmente a perseguir las mías. Ambos permanecíamos enroscados sobre una silla completamente desvencijada. Mi amigo comprendió a la perfección lo que me deparaba. De ese modo demoró un rato en la calle.
En ese breve instante a solas ella tuvo un inusitado lapso de arrebato.
-Tócame aquí- me dijo con una mirada narcotizada mientras por sí misma alzaba por encima de sus modestos pechos el negro y reluciente sostén que llevaba puesto.
Me concentré en ello. La unción con la que mis dedos circundaban sus tetas parecía provenir más de un trato terapéutico que de una caricia pérfida.


Cuando por fin decidí intimar con mayor energía le tomé por la muñeca y con un gesto emprendedor fuí capaz de musitar algo equivocado.
-Vámos- le dije señalando con el índice la oscuridad de la recamara.
- No, así estoy bien.
El instinto se antepuso. Sentí una especie de inusual remordimiento. Aunque en ese momento había deseado montarme una actitud indiferente o despreocupada del asunto no pude conseguirlo ni siquiera un poco. En verdad la chica me agradaba. El deseo por ultrajarla jamás menguó, pero sea como fuese, la chica en verdad me estimulaba como buena compañía. Mi problema es que siempre me empecino por rastrear algo más en las personas. Aunque suelo ser muy ufano, también las personas logran dejarme plenamente conmovido.
A partir de entonces la chica se ensimismó un poco más que al principio. Entonces mis dedos cesaron de explayarse por sus caderas y vientre. Elegí mesurarme para no seguir estropeando el momento. Permanecí largo rato quieto, escuchando el balbuceo de viejas canciones que sucedían una tras otra insoportablemente lento.
Minutos más tarde Harry regresó en compañía de Esteban. Dejaron las cervezas en la mesa y Esteban me saludó de un modo somero y después ambos me concedieron espacio. Tomaron la computadora, mi ipod y una chela para así dirigirse de inmediato a la densa oscuridad de su cuarto. Cuando cerraron la puerta la chica se volvió hacia mí estrepitosamente. Me miró con un aire un tanto apesadumbrado.
¿Así eres en realidad?- dijo ¿Tú le enseñaste a ser así a Harry?
-¿Cómo es Harry?
-Sólo le gusta coger.
-A mí de cuando en cuando. Pero no es indispensable. Prefiero que me estimulen de otras formas.
- Pero si yo no he hecho nada para estimularte.
-Estás aquí, junto a mí. Muy cerquita. Escuchando. Sintiendo. Es suficiente.
-¿Enserio?
- La gente nunca tiene en mente las cosas importantes. Simplemente las desconoce aún.
-y… ¿Porqué no te mostraste así desde un principio?
-Cuando finges ser un imbécil, le das la impresión al otro que puedes ser manipulado con facilidad. Un hombre listo siempre mete en aprietos al resto.
- Piensas maravilloso y tocas estupendamente. Seguramente debe ser muy rico hacer el amor contigo.
-Imagínalo hasta que nos encontremos la próxima ocasión.
- Tienes unos ojos hermosos. Encierran mucho misterio.
- Ya te habías tardado. Eso dicen siempre.
- ¿Porqué ocurrió esto hasta ahora?
- Porque soy como una buena novela: lo mejor siempre se condensa y descubre hasta el final.
Después hablamos otro rato hasta que al final llegó la hora de marcharse.
Ambos nos dimos adiós con un leve roce de labios y un tibio abrazo. Ella se alejó rumbo al metro con Harry dando tumbos y yo me dirigí al lado opuesto con Esteban. No volveré a verla, deduje.
Haciendo el camino a casa, Esteban iba muy serio. De pronto exteriorizó un reclamo.
-¿Porqué no te la diste? La regaste. Siempre hablas mucho y tocas poco.
- Lo que ustedes no comprenden es que cuando hablas de cierto modo logras tocar mucho.
- Puede ser. Bueno me voy- dijo al tiempo que atravesaba el zaguán de el edificio donde vive.
Yo continué con la marcha.
El arrabal lucía esplendoroso. El sol tenía una pinta radiante y el viento se escabullía entre mis dedos de un modo cada vez más helado. Era una tarde estupendamente fría.
Seguí a paso lento. Dubitativo, complacido. Y solo.
De nuevo.