domingo, 8 de enero de 2012

Sé hacia dónde voy.


Aquel lunes por la mañana Alexis estaba sentado en el retrete, ojeando una revista que alguien había olvidado sobre el lavabo. Nunca había escrutado una comopólitan. Después de unos cuantos párrafos la cerró y decidió que no lo haría de nuevo. Dejó la revista encima de la caja de agua y se limpió el culo con apenas unos cuadros de papel higiénico. Antes de salir regresó para presionar la palanca. Siempre olvidaba bajar la palanca. La radio se escuchaba a todo volumen en la sala. Antes de sentarse a la mesa apagó la radio y le entró machín al spagueti y al pavo. Había sobrado bastante cena de año nuevo.
Después del desayuno se metió en su cuarto y encendió la computadora. Abrió el feisbuc y leyó un mensaje de su amigo Anuar. «Éste es el cuento que te comentaba. Revísalo, a mí ie gustó mucho. Me divertí.» Alexis descargó el archivo y lo leyó sin esmero. Encontró alrededor de diez faltas de ortografía. Anuar se preciaba como buen escritor. Los diez errores aunados a la mala redacción no importaban. El contenido del relato era lo que demostraba lo contrario. Si alguien considera que todo lo que hace es grandioso, entonces estás frente a un imbécil, pensó Alexis. Terminó el relato en pocos minutos. Entonces cerró la computadora inmediatamente y se puso a leer ciertas partes de algunos libros viejos. Hacía mucho que había pasado de armar libros nuevos. Sabía perfectamente que un libro es como un disco musical, un rastrillo, un pretexto, un gesto de coquetería: los recientes ya no son como los de antes y además, no lo usas una sola vez. Al cabo de dos horas dejó los libros sobre la mesa y salió a dar una caminata. Su condición física estaba deteriorándose demasiado. Los tiempos donde llegaba con las plantas de los pies irritadas y palpitando se habían esfumado. Necesitaba caminar. El cuerpo envía poco oxígeno al cerebro cuando pasas demasiado tiempo sentado. Necesitaba que el cerebro le funcionase un poco, hoy más que nunca.
Cuando salió, notó que la ciudad estaba envuelta por un intenso frío. Las avenidas se encontraban completamente despejadas. El parabrisas y el toldo de los autos mostraban una leve escarcha. Se sentía un poco contento por ello. Odiaba los automóviles. Pensaba que eran símbolos absurdos de virilidad y progreso. Caminó por más de media hora. Antes de dar vuelta y tomar el camino de regreso se topó con Mario. Todo el mundo consideraba a Mario como un chico conmovedor y excepcional.
—Galán —dijo Mario —, ¿cómo estás?
—Estoy, eso es suficiente —respondió Alexis.
—¿Sigues igual de irritable?
—¿Sigues saliendo con mujeres de manera compulsiva?
—No seas así, claro que no. He cambiado. Mi vida ha cobrado un giro positivo. He recapacitado y ahora intento ser buena persona. He dejado de refugiar mis frustraciones en esas cosas. Ya no me acerco a las personas de manera ventajosa. Deberías animarte, güey. Ya vamos a publicar un libro de relatos, amigo.
—Me parece perfecto lo de tu reivindicación en la vida. Es curioso lo del libro. Hace un par de meses ni siquiera sabías colocar una coma. No volveré a intervenir más de la cuenta.
—¿Por qué?
—Sería un imbécil y tú un farsante.
—Algunos cambiamos más rápido que otros.
—Gran parte de la gente cambia sus discursos, nunca sus vidas.
—Bueno, como sea. La neta espero que nos vaya bien. Tenemos algunos libros vendidos con anticipación.
—De algo deben servir tus encantos. El talento y el encanto no es lo mismo.
—Las cosas no son como las piensas. También se identifican con mis historias.
—Claro, hay muchas personas que ven Jackass. ¿No has pensado que tal vez lean lo que escribes sólo por razones distintas?
—No lo creo. En fin, espero que vendamos mucho en poco tiempo. Son historias sucias, muy buenas. Algunas son muy graciosas. Espero que nos lean pronto.
—La diferencia entre un sucio escritor y un escritor sucio es que el primero mendiga o engaña lectores. El segundo los seduce o incomoda. El problema es que muchos desean agradar, jamás en hacerlo bien. Lo demás vendrá después, o nunca llegará.
—Lo entiendo.
—No lo creo.
Sonó el celular de Mario. Después de un leve devaneo lo sacó y respondió. La voz de mujer que provenía del auricular se escuchaba con suficiente claridad:
«¿Entonces sí nos vamos a ver? Me gusta todo eso que me dices. ¿En serio no sales con nadie iás? No puedo creerlo. Eras muy lindo…»
Mario escuchaba sin moverse. Parecía bastante tenso. En ningún momento se volvió hacia Alexis.
«Sí, Sí», respondió Mario.
Alexis trazó una sonrisa sardónica, descolgó los audífonos de su cuello y comenzó a frotarlos con su camisa de franela mientras les arrojaba el vaho denso de su aliento. En cuanto colgó, Mario guardó su celular en un bolsillo del pantalón y dijo «Me voy, tengo que ver a un amigo. Es para lo de una chamba». Nos vemos al rato.
Alexis no se inmutó. Siguió mirando sus audífonos. Al final le extendió la mano y se despidió bastante inexpresivo. Ambos caminaron hacia direcciones distintas. Así sucedía en todo. Y así ocurriría más adelante, por fortuna.
Alexis avanzó despacio por casi dos cuadras. Antes de llegar al final de la calle, un auto se acercó a la acera, pitó el claxon frenéticamente y se estacionó en seco. De esa flamante camioneta descendió su amigo Ernesto. Eran buenos amigos cuando niños. Las perspectivas de vida distintas los habían orillado a sólo saludarse cordialmente de cuando en cuando. Ernesto se aproximó a Alexis y lo abrazó muy fuerte.
—Feliz año, amigo —dijo Ernesto—. ¿Cómo estás?
—Un poco desvelado
—¿Todo bien? Hace mucho que no te veo. Me dijeron que volviste a abandonar tu empleo. No puedes pasarte la vida en plena vagancia. Debes sentar cabeza.
—¿Y qué consideras como sentar cabeza?
—Tenemos la misma edad. Acabo de adquirir una buena nave en el autofinanciamiento, estoy pagando un nuevo departamento y además conocí una mujer espectacular. Roba miradas y provoca erecciones, de verdad. Pronto la conocerás.
—Me parece bien. Ahora terminarás alquilando el ojete de tu culo para pagar las altas mensualidades de ese auto. Luego lo venderás al terminar de pagarlo por defectuoso. Desayunarás barritas de avena para así poder llenarle el tanque. Me sabe bien lo del departamento, pero con esos trabajos que tienes con contratos eventuales, seguramente no podrás pagarlo a tiempo. Después del auto, tendrás que hacer bastantes franceses en Tlalpan para que no te embarguan el depa, viejo. Y respecto a tu mujer, me imagino que es toda una nenúfare. Pero seguramente es otra de esas que te subarrendan el culo durante un tiempo. En cuanto se acabe tu bonanza te abandonará como las otras con las que te has liado. La mayoría de la gente tiene proyecciones del éxito muy artificiosas. Será mejor que compres un sabueso si te sientes muy miserable.
—Pues ya es algo a lo que me arriesgaré. Y respecto a mi nueva chica, prefiero permanecer un tiempo con alguien que permanecer SOLO EL RESTO DE MI VIDA. No quiero que me ocurra lo que ocurrió contigo. Dime!2C ¿qué ha sido de esa espléndida chica de la cual estabas enamorado? No entiendo porqué no intentas algo con ella.
—No soy egoísta. Sufriría demasiado si estuviese a mi lado. Nunca la disuadiría para ajustarla a mi modo de vida miserable. Alguien tan estupenda como ella no podría permanecar con un tipo como yo. Soy demasiado anticuado, melancólico, aburrido. Toda una calamidad.
—No puedes pensar por ella todo el tiempo.
—Pero sí en ella.
—Como sea, deberías preguntárselo. Por cierto, me contaron por ahí que publicarás un pequeño libro. En hora buena.
—Ya era hora, dirás.
—¿No estás emocionado, nervioso?
—En absoluto.
—No seas antipático.
—Cuando alguien se sienta un poco mejor con lo que escribo, entonces todo habrá valido la pena.
Ernesto sonrió, se despidió de Alexis con otro abrazo fuerte, subió a su auto y se marchó rechinando llanta. Alexis reanudó la caminara. El frío se había disipado un poco. En cierto punto del trayecto cruzó ante una fila de padres alineados a las afueras de un jardín de niños. Alexis se abrió paso entre las personas. Una mujar güera muy alta lo miró fijamente. Era de buen ver. Llevaba consigo a un pequeño sujetado de la muñeca. Alexis la miró contemplativo. En cuanto las miradas chocaron, la mujer sonrió con malicia. Alexis comenzó a imaginar que conversaría con ella un par de días casualmente por la calle, después en casa de ella y al final, en menos de un mes, en su casa mientras ella reposaba en su cama en posición fetal, desnuda, como en ocasiones anteriores. Luego volvió en sí. La mujer seguía con la sonrisa sugestiva. Alexis pensó que tal vez su marido esperaba en el auto, a la vuelta. Ya no quería ser tan temerario como antes. Siguió caminando sin mirar atrás. Más adelante se topó con Jesús a la entrada de su edificio. Habían acordado encontrarse más tarde.
—¿Dónde andabas? —preguntó Jesús.
—Tenía las piernas entumidas.
—Sube. Ayúdame a mover esos sillones de una vez.
Subieron hasta el penúltimo departamento. Jesús se metió a su cuarto mientras Alexis miraba un pez beta dentro de una pecera que estaba en un costado de la sala. El pez reflejaba muchísimos colores en sus escamas. Le fascinó ese pez tornasol. Sabía que no estaba acabado del todo. Había entendido la diferencia entre la emoción por lo sencillo y la fascinación por lo estrafalario. La capacidad para sorprenderse realmente no estaba erradicada.
Jesús salió de su cuarto encendiendo un carrujo de mota.
—Apaga esa mierda —dijo Alexis.
—¿Porqué? —preguntó Jesús.
—Me despierto en casa y huele a mota, voy a la escuela y huele a mota, llego al barrio y huele a mota.
—Inspira, con ella vuelas. Deberías intentarlo. Tú eres de esas personas que dependen de la estimulación.
—¿Quieres volar en realidad? Duerme con alguien sin tener sexo. En cuanto entiendas lo que implica eso, levitarás. Todo lo demás es absoluta faramalla.
Jesús aventó el carrujo por la ventana. No mencionó nada.
Bajaron los viejos sillones y subieron los nuevos durante poco más de una hora. Después se sentaron sobre los nuevos que aún estaban forrados de hule. Bebieron un par de vasos de agua cada uno. Luego se recostaron un poco. Al cabo de un rato Alexis se incorporó, se despidió y salió. Un auto le cortó el paso antes de cruzar la avenida. Era Diego, el novio de su amiga Laura.
Diego le hizo señas a Alexis para que subiera al auto. Alexis se resignó; descolgó los audífonos de su cabeza y subió.
—Acompáñame a comparar unos tapones para e coche, güey —dijo Diego—. Me robaron los de esta madre anoche. Llegué muy pedo y olvidé meterlo.
—Ni pedo —dijo Alexis mientras percibía en e interior esa asquerosa esencia olor vainilla para auto—. Lo mejkr de todo es que aún tienes el auto.
—Cierto. Además Laura está muy emputada conmigo desde hace días. Dice que la ignoro demasiado, que ya no la toco como solía hacerlo. No sé qué me pasa. Tengo 27 años. No debería tener confusiones de ese tipo. Por cierto, ya me contaron lo e los relatos. Hasta que por fin te animas. En fin, ¿puedo pedirte algo?
—¿El qué?
—¿Podrías bajarte el ziper?
—En momentos como estos me convenzo de que las mujeres tienen un sexto sentido*
—¿,Porqué lo dices?
—Por Laura.
—¿Pero tiene algo de malo?
—Te equivocaste de persona.
—Pensé que si tu estabas solo era por…
—Lo sé, siempre lo suponen. Déjame aquí,.
—Está bien.
Alexis bajó del coche exactamente en un cruce peatonal. Se detuvo en un puesto de revistas y leyó el encabezado de algunos periódicos. Aún gustaba de mantenerse al tanto de todo lo que sucede a su alrededor. Luego caminó hasta detenerse justo a mitad de otro cruce peatonal. La ciudad había clareado estupendo. Un viejo con un par de bolsas de una panadería famosa se acercó lo cogió de un codo. Alexis salió de trance y o miró. Era un viejo conmovedor.
—¿Está perdido, joven? —dijo el viejo mientras lo arreaba a la siguiente esquina*
—No, señor —respondió mientras se descolgaba de nuevo los audífonos
— ¿En serio?
—Sí, señor. Sé hacia dónde voy.