domingo, 25 de marzo de 2012

Tres Generaciones (Parte II)

Miré hacia la ventana y me cercioré si estábamos en insurgentes. El puto pesero avanzaba muy despacio para hacer base justo en la esquina. Seguí contando.
»Tenía veintidós cuando salí con una chica de la edad. Creo que ya llevaba un par de años en la carrera cuando conocí a Nancy. Ella también estudiaba sociología, y por coincidencia fuimos compañeros en una optativa. Siempre había salido con mujeres más chicas o mayores. Nunca fui de esos que saliesen con chicas a la par de años. Fui muy extraño desde niño. Siempre me habían interesado las más morras o las más experimentadas.
—Ajá.
—Cállate. Me cortas la inspiración.
—Bueno.
»El caso es que durante una clase de práctica, todos los alumnos de la clase terminamos cenando con el profesor en el Samborns de los azulejos. Recuerdo que aquella noche, justo cuando salía de ese liendroso lugar una chica alta y de piel acanelada se plantó frente a mí y me dijo: «Te he mirado un par de clases y la neta quiero salir contigo.» La verdad es que me agradó demasiado su soltura. Una mujer con decisión siempre es bastante estimulante. Para no extenderme, pues resultó que salimos unas cuantas veces sin pretensiones tan descaradas. Fue diferente respecto a lo de la señora. Aquí no hubo una coquetería tan sexual. Sencillamente nos dedicamos a acompañarnos y a divertirnos unas cuantas veces.
—Yo nunca he salido con una de mi edad. Siempre me ignoran o me evitan.
—Eso te pasa por ser bien caliente de primera instancia. Pero bueno…
—Ya sé. Voy a cambiar. Lo Juro.
—Deja te sigo contando.
»Bueno, el caso es que un día acabamos en una cantina de medio pelo. La salsa resonaba por todos los recovecos del sitio. Fue la primera vez que la observé con un poco de morbo. La verdad es que su figura no estaba nada mal. Era menuda. Sus facciones eran afiladas. Tenía los dedos largos pero muy delgados. Sus muslos eran ancho y su espalda angosta. A simple vista no atraía demasiado. Pero era de esa clase de mujeres que en cuanto le posas el ojo te comienzan a atraer bastante. Al principio del bailongo fue extraño. A pesar de que ya habíamos salido varias veces, en cuanto la cogí por la cintura para bailar, se puso bien rígida. Lo mejor de salir con una mujer de la edad es que las cosas no se dan tan aceleradas. Y además hay más cosas para congeniar respecto a otras mujeres de edades distintas.
Miré hacia la avenida insurgentes. Bastantes personas cruzaban rumbo al metrobús o hacia los restaurantes situados a lo largo de la avenida. Miré a mi cuate. Permanecía con su atención bien centrada en mi relato.
»La cosa se puso chusca ya entrada la noche. Ella nunca había bebido conmigo. Pero en cuanto se pimpló un par de cervezas empezó a desinhibirse. La chica que había conocido días antes se había quedado en el perchero del lugar. Cada vez que bailábamos una pieza ella intentaba apretujarse a mí con mayor fuerza. Desde luego que yo no mencioné nada al respecto. Le seguí la corriente. Hubo un rato en el que permanecimos a la mesa nada más conversando. Su manera de hablar había cambiado radicalmente. Había dejado esos molestos formalismos y en lugar de eso, intentaba expresarse lo más vulgar y relajado que fuese posible. Por un momento me centré en observar su cuerpo. Parecía que sus proporciones estaban a punto de alcanzar la plenitud. Debajo de esa ropa reposada se encontraba la silueta de una mujer antojable. Fue entones cuando de la nada me soltó el primer beso. Besaba con una delicadeza mezclada con intensidad. Fue como si el miedo y el deseo se unieran en esos cálidos besos. Quedé prendido al instante. Después de pensármelo un poco le metí mano. De repente me preguntó que si no la iba a llevar a otro lado. Al acabarme la última chela nos fuimos rumbo a un hotel barato en el centro.
—¿Así de fácil?
—Así de sencillo. No hay porqué andarse con tanto preámbulo con alguien de tu edad. Es como si de antemano ya hubiese una complicidad disfrazada en un jugueteo retardado.
—Orale.
—Ya cállate.
—Vas.
»Cuando terminé de desnudarla en el cuarto del hotel se sentó en el borde de la cama. Me acerqué a la ventana y recorrí una cortina para que entrase un poco de luz. Después me recosté con ella y le dimos marcha al asunto. Mi mano suave quedaba justa a sus duras proporciones. Si exceptuamos unos cuantos vellos por aquí y por allá, su cuerpo era tan liso como el de un recién nacido. Se dejó ir con todo. A ratos noté cómo le gustaba que la observase constantemente. Se colocaba de manera que pudiese ver mis expresiones todo el tiempo. A decir verdad yo también soy un poco visual. Sin embargo siempre me he dejado arrastrar más por la piel que por la vista. El tacto es lo mío. Ese día entendí que puede haber un acoplamiento excelente con alguien de tu edad. Al menos en el plano sexual hubo una buena sintonía.
»Después de eso salimos otras cuantas veces. Durante una tarde yo le sugerí que armásemos algo más íntimo. Le pedí que anduviésemos. Yo quería compartir algunas otras cosas. La necesidad de hacer otras cosas con ella había despertado en mí. Me rechazó al instante. Me dijo que por el momento no tenía intenciones de involucrarse con nadie, más de la cuenta. Precisamente a partir de ese momento “las anormalidades” salieron a relucir. Por una razón extraña Nancy empezó con una serie constante de celotipias. Rechistaba por cualquier cercanía que tuviese con otra mujer. Su seguridad que manifestaba al principio se había esfumado por completo. Intentó chantajearme con una supuesta indiferencia. Además ya evitaba que la tocase como antes. Nada surtió efecto. Esa treta ya me la sabía de memoria. Bueno, días más tarde la noté algo inquieta. A veces, sin razón alguna me decía que no éramos nada formal. No entendía por qué me lo decía así sin más. Eso no venía a cuento. Yo nunca se lo preguntaba. Lo tenía sobreentendido. Ella sola lo escupía. A veces la sorprendía mirando la pantalla de mi teléfono cuando yo regresaba del baño en algún café o mirándome cuando yo miraba a otro lado que no fuese ella. Empezó a portarse más distante cuando estábamos en persona. Y cuando estábamos cada quien en lo suyo, me llamaba al teléfono y me colmaba de adulaciones.
—Se estaba poniendo celosa.
—Puede ser. Nunca me he involucrado con más de una mujer a la vez. Lo malo es que siempre me encuentro rodeado de ellas. O al menos solicitado. Pero el punto es que viene lo mejor de esa situación.
—Vas.
»Un día escuché un rumor sobre mí. Unas chicas de una clase me dijeron que Nancy me difamaba por todos lados. A toda mujer que me conociese le decía que era un patán y que la tenía bien chiquita. A muchos otros conocidos empezó a mencionarles que yo no era alguien de fiar. Algunos me reclamaron en cuanto lo supieron. Otros simplemente jamás volvieron a saludarme. Simultáneamente, ella intentó emplear más tiempo conmigo. No me dejaba siquiera organizarme ´para algunos trabajos en equipo. Aseguraba que ella y yo podíamos con todo el trabajo. No quería a nadie más, cerca de nosotros. Le dije varias veces que se lo tomase con calma. Le sugerí que saliese con alguien más. Ella afirmó que lo hacía. Pero en cuanto yo me ponía a hacer cuentas del tiempo que ella invertía conmigo, la cosa no cuadraba. Yo nunca he sido un promiscuo. En realidad cuando estoy con alguien no necesito recurrir a una persona más. Eso no significa que la otra persona deba seguir esa norma. Quien esté conmigo puede estar con alguien más. Eso me tiene despreocupado.
»Bueno, el caso es que una noche explotó en una fiesta. AL notar que una chica me estaba flirteando se paró del sillón donde estábamos sentados y en medio del pachangón armó el borlote. Le sorrajó tremendo bofetón a la chica. Durante el camino de regreso gritoneaba que yo le valía verga. Que eso lo hacía por ella misma. No por mí. La verdad no entendí nada de lo que me decían. Aún sigo sin entenderlo. Dejamos de vernos por un tiempo. Durante ese lapso me hablaba a todas horas y me externaba su profundo arrepentimiento. Pero en cuanto nos encontrábamos casualmente se comportaba como si siguiese siendo la misma fiera de aquella noche en la fiesta.
—Qué extraña.
—Sí.
»Pero bueno, algo después charlé con unas amigas suyas. Me dijeron que siempre daba buenas referencias de mí ante ellas en secreto. Les contaba todos los planes que tenía en puerta conmigo. Incluso me dijeron que llegaron a pensar que ella tenía a impresión de verse conmigo en un futuro distante. No opiné al respecto. Me limité a escucharlas. Hasta el momento no le encontraba pies y cabeza al caso. Pero una tarde le encontré el sentido a la cosa: Nancy se había enamorado de mí desde el principio. Pero suponía que guardarlo para sí le iba a evitar muchos conflictos. Quizás suponía que mostrarse de esa forma aparentemente despreocupada iba a ocasionar que yo me obsesionase y terminase desviviéndome por ella.
—Eso piensan todas.
—Es bien grave cuando caen en eso.
—Están locas.
—Deja sigo.
»Después de tres cortos meses nos rencontramos. Ella seguía con su misma actitud. Todo se le había salido de control. Jamás lo recuperaría. A pesar del tiempo su actitud no cambiaba en absoluto. Seguía enfurruñándose cuando una chi,ca me saludaba o siquiera me preguntase algo. Corté la cercanía de tajo. Hasta el día de hoy me manda mensajes esporádicos y comenta ciertas fotos mías con otras personas. Lo hace para hacerme entender que aún sigue al pendiente. El caso es que las mujeres de la edad están trastornadas. Basan su vida en decisiones radicalmente contradictorias. Suponen que pueden obtener más seguridad a costa de la inseguridad que pueden ocasionarle a otro. Les sale el tiro por la culata. Terminan más inestables y más obsesionadas que uno. Parece que con las señoras es lo mismo. Pero al menos con ellas muchas cosas quedan encubiertas. Su falta de honestidad consigo mismas las lleva a constantes tropiezos. Piden atención provocándole a uno que sienta por ellas rechazo. Proponen relaciones libertinas cuando en realidad quieren compromisos estrechos e incondicionales. Ríen cuando en realidad desean llorar. Son como una suerte de actrices malogradas. Creo que es con quienes los hombres podría construir buenas cosas. Pero el miedo que se adueña de ellas todo el tiempo lo impide por completo.
—Chale. Es más complicado de lo que suponía.
—No tanto como las mujeres más chi,cas que tú.
—¿En serio?
—Sí. Esas son como las ojivas nucleares. Son las más péquelas pero a su vez las más destructivas.
—¿Porqué lo dices?
—Luego te cuento
—No seas cabrón. No me dejes picado.
—Ya casi llegamos a la casa.
—No hay pedo. Hay tráfico.
—Va pues. Ahí te va de nuevo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

La decisión correcta.

La decisión correcta.


Alexis iba solo en el metro. Subió en la estación Observatorio. Eran las diez de la mañana. Se dirigía hacia el centro. Más tarde tendría que ver a Mónica en el metro Bellas Artes. Las cosas andaban muy mal entre ellos. Quería hablar con ella para reconciliarse.
Dos estaciones más adelante el metro se detuvo por más de media hora. Alexis se puso a mirar a la gente de a bordo. Cerca de la puerta principal estaban cuatro chicos. No sobrepasaban los veinticinco. Uno de ellos traía puestos unos lentes de sol con forma de gota y el otro unos de estilo ochentero. Sus caras brillosas por el sudor espeso reflejaban su estado resacoso. Las chicas eran de buen ver. Una de ellas tenía puestos unos leggins grises y una especie de camisón negro. Una leve estela de rímel se le había recorrido a las mejillas y en general la cara le lucía reseca por permanecer demasiado tiempo con el maquillaje. La otra calzaba un vestido campestre y su cabello recogido en un chongo despreocupado la hacía ver atractiva. También viajaban resacosas. Por más de media hora discutieron sobre lo sucedido en la fiesta de la que provenían. Alexis escuchó atento. Recordó cuando también lo hacía. Ahora necesitaba alejarse de eso más que nunca. Los chicos rieron a desparpajo un buen rato. De pronto uno de ellos alzó la voz. Le reprochó al otro haberse acostado con su chica en la fiesta. El otro le respondió que él había hecho lo mismo antes. Enseguida ambos estaban atizándose potentes puñetazos dentro del vagón. La gente se replegó hacia el lado opuesto de donde se encontraban. Todo el mundo disfrutaba el espectáculo en silencio. Los policías nunca llegaron. El metro siguió aparcado. Después Alexis miró al fondo del vagón y se percató de un señor muy peculiar. Aquel viejo miraba con disimulo las piernas de una chica de secundaria. Un poco más a lo lejos una mujer gorda observaba con furia al viejo. Alexis pensó que la vieja gorda sólo recelaba a la niña. La pequeña representaba su atractivo perdido. Dos estaciones más adelante subió un pequeño con el torso desnudo y con un costal de cristales rotos. Mientras hacía marometas, una chica güera y caderona se abrió paso entre la multitud. Se veía adinerada. Con su voz chillona le suplicó al niño que no lo hiciese. El niño se mostró indiferente. La chica sacó de su bolso un billete de quinientos pesos y se lo alcanzó. El pequeño lo rechazó dándole un fuerte manotazo.. La gente comenzó a bisbisear. Alexis entendía el asunto. Las personas hundidas en la mayor miseria son las únicas que tienen el valor de intentar subsistir por sí mismas. También pensó que la chica quería expiar culpas propias de ese modo tan estúpido. El mundo no necesita caridad sino verdadera solidaridad. Después de eso, Alexis e colocó los audífonos. Cerca de la estación Chapultepec una pareja de ancianos subió al comboy y se sentaron junto a él. Alexis bajó el volumen del reproductor y se puso a escucharlos con disimulo. Los viejos no dejaban de acariciarse las manos.
—Otra vez vas a llegar bien tarde —le dijo la anciana al viejo—. Te dije que no pasaras por mí.
—No te quejes —respondió el viejo —, no quería dejarte sola en la casa.
Alexis se apenó un poco. Pensó que tal vez así se veía la primera vez que salió con Mónica. Los viejos no paraban de hablar.
—Eres un cochino —dijo la vieja mientras limpiaba las comisuras de la boca del viejo con una servilleta. El viejo tenía una auténtica cara de becerro.
—No empieces —replicó el anciano—. Ya te dije que no me trates como a uno de tus hijos.
—Tú también eres uno de mis niños —dijo la vieja mientras guardaba su monedero en la chamarra.
Alexis cambió de pista en el reproductor mientras recordaba cuando Mónica le limpiaba la boca en el cine o cuando le exprimía las espinillas a mitad de clase de química hacía algunos años. Luego miró el rostro de la anciana. La vieja tenía un semblante fresco a pesar de su piel devastada por el tiempo. Luego puso atención especial en sus ojos. Tenía unos ojos negros bastante vivaces para su edad. La cara de esa vieja reflejaba angustias y desvelos. Pero también momentos de regocijo y voluntad por vivir. El anciano mantenía una mano presionada en la pierna de esa mujer. La otra la estaba empleando en hacerle cariños en el hombro. Alexis recordó cuando acordó vivir con Mónica. Esa temporada fue fenomenal. Visitaban museos, escuchaban música hasta entrada la noche, paseaban por el centro. Los viejos permanecían con las manos entrelazadas.
—Bueno, te apuras y después pasas a recogerme otra vez. —dijo la anciana bastante contenta.
—Pues no sé —respondió el anciano que no cesaba de frotarle el hombro a la vieja Nada más veo a Lucia, le dejo el dinero y me regreso de volada.
—Sigues teniendo bien consentida a tu hija. Incluso hasta le mantienes al marido.
—Ni te quejes. Tú eres igual con tu hijo.
Ambos rieron como dos chiquillos que habían cometido una linda travesura.
Alexis se puso a pensar cuándo fue que su relación empezó a ir a cuestas. Lamentó mucho el día en que le pegó a Mónica. Nunca creyó que fuese capaz. También lamentó mucho haberlo hecho por última vez la semana pasada. Aún había cosas que se le salían fuera de control. Más tarde Alexis se levantó del asiento cerca de la estación Insurgentes y se colocó junto a los viejos. Le dolían las nalgas. Normalmente pasaba mucho tiempo sentado. Continuó observándolos. Por un momento pensó que sería muy bueno reconciliarse con Mónica y pasarla juntos durante mucho tiempo. Su imaginación se disparó y se vio reflejado en ese par de ancianos. De pronto el vagón se detuvo más de lo debido otra vez.
—Mira, Rodolfo —dijo la vieja—, donde te largues a otro lado te juro que te mato.
—Cómo crees —respondió sobándole una muñeca—, nomás veo a mijo y te juro que te alcanzo.
—Lo bueno que nada más es tu hijo. Imagínate si fuera mío.
—No, no. Si mi hija fuera tuya entonces la cosa estaría más cabrona.
Alexis se puso más atento. No encontraba sentido a la conversación de los viejos.
A partir de ese momento se puso a pensar en otro de tantos problemas con Mónica. Tal vez eso ocurría con más frecuencia de lo que él consideraba. Probablemente esa era la causa de muchos conflictos. Quizás no tenían aún buen entendimiento. Quizás lo que uno le decía al otro era prácticamente incomprensible. Seguramente por eso tenían demasiados problemas. Siguió expectante. El tren se puso en movimiento.
Todo está bien —dijo la vieja—. Seimpre y cuando no te vayas con tu esposa.
—No pienses eso —respondió el anciano—, por eso voy a ver a mija ahora. Todo sea para no ver a mi mujer hasta la noche.
Alexis puso sus ojos como platos. Sintió una extraña sensación en el pecho.
—Más te vale —respondió la vieja.
—Te lo juro —aseguró aquel vetusto.
Durante una estación permanecieron en silencio. Luego la vieja reanudó el diálogo:
—¿No crees que ya estamos bastante viejos para andar haciendo estas cosas?
—Pues sí. La verdad es que sí. Pero no te preocupes tanto. Ya estamos viejos. Es difícil que cambiemos. Eso déjalo para los jóvenes.
Alexis miró a los pasajeros. El convoy iba muy congestionado. Todo el mundo mostraba cansancio y hastío. Todos seguían con la rutina de siempre.
Más tarde, Alexis se bajó en la estación Pino Suarez para trasladarse a la línea azul. Permaneció de pie bajo el reloj por más de media hora. Se puso a pensar en lo último que el viejo le había dicho a la anciana. Casi era la hora de la cita con Mónica. Sabía lo que debía hacer. Tomó la decisión correcta. Volvió a subir al vagón del metro. El tren iba en dirección a la estación Observatorio.